A lo largo de la historia, se han detectado auroras en siete planetas de nuestro sistema solar. Algunos de estos espectáculos de luz son visibles para el ojo humano; otros emiten en longitudes de onda de luz que solo podemos ver con telescopios especializados. Las longitudes de onda más cortas requieren más energía para producirse. Júpiter tiene las auroras más potentes del sistema solar y es el único de los cuatro planetas gigantes con una aurora de la que se sabe que emite rayos X.

Los astrónomos han estado fascinados con la emisión de rayos X de las auroras de Júpiter desde su descubrimiento hace cuatro décadas porque se desconocía cómo se genera la energía necesaria para producirla. Se sabía que estas sorprendentes auroras boreales y meridionales jovianas son provocadas por iones que chocan con la atmósfera de Júpiter. Pero hasta ahora los científicos no tenían ni idea de cómo los iones responsables del espectáculo de luz de rayos X son capaces de llegar a la atmósfera en primer lugar.

En la Tierra, las auroras suelen ser visibles solo en un cinturón que rodea los polos magnéticos, entre 65 y 80 grados de latitud. Más allá de los 80 grados, la emisión auroral desaparece porque las líneas de campo magnético abandonan la Tierra y se conectan con el campo magnético del viento solar, que es el flujo constante de partículas cargadas eléctricamente que expulsa el Sol. Son las llamadas líneas de campo abierto.

Sin embargo, las auroras ricas en rayos X de Júpiter son diferentes. Poseen rasgos delatadores de la acción de un campo magnético cerrado, en el que la línea de campo magnético sale del planeta por un polo y vuelve a conectarse con el planeta por el otro.