Al ser la primera supernova visible a simple vista desde la anterior unos 400 años atrás, la brillante explosión de una estrella el 24 de febrero de 1987 despertó una gran expectación entre los científicos y el público en general. La supernova, SN 1987A, situada en la Gran Nube de Magallanes, una pequeña galaxia compañera de nuestra Vía Láctea, a solo unos 170.000 años-luz de la Tierra, se convirtió pronto en uno de los objetos astronómicos más estudiados del cielo.

Una explosión de tipo supernova destruye definitivamente a la estrella, dejando una nube de “escombros” en expansión (el remanente de supernova) y el núcleo ultradenso de la antigua estrella. Este núcleo queda convertido en un objeto exótico, que puede ser un agujero negro o una estrella de neutrones.

Durante 34 años, los astrónomos han estado buscando entre los escombros de SN 1987A para encontrar lo que debería haber quedado del núcleo de la estrella: en teoría, una estrella de neutrones. Esa búsqueda ha sido infructuosa, hasta ahora.

Cuando una estrella explota, su núcleo se derrumba sobre sí mismo y las capas exteriores salen despedidas al espacio. La compresión del núcleo lo convierte en un objeto extraordinariamente denso. Cuando una masa parecida a la del Sol queda comprimida de tal modo que mide solo unos 15 kilómetros de diámetro, el objeto resultante es una estrella de neutrones. Estos objetos reciben ese nombre porque están formados casi exclusivamente por neutrones, fruto del aplastamiento extremo que “empotra” a los electrones contra los protones en los núcleos atómicos, dando lugar a neutrones. La física que se manifiesta en esos astros es tan extrema que no puede ser reproducida aquí en la Tierra.

Las estrellas de neutrones de rotación rápida y altamente magnetizadas, llamadas púlsares, producen haces de radiación que los astrónomos detectan como pulsos. A medida que el púlsar gira sobre sí mismo, barre el espacio con haces de radiación que surgen de los polos de su poderoso campo magnético. La desalineación de los polos magnéticos con el eje de rotación del púlsar hace que los haces de radiación giren como los focos de un faro marítimo, enviando pulsos de ondas hacia los eventuales observadores distantes.

Hay un subconjunto de púlsares que producen “vientos” desde su superficie, a veces a una velocidad casi tan elevada como la de la luz, creando intrincadas estructuras de partículas cargadas y campos magnéticos. Estas estructuras se conocen como «nebulosas de viento de púlsar«.

Un análisis de datos del Observatorio espacial Chandra de rayos X y el NuSTAR (Nuclear Spectroscopic Telescope Array), ambos de la NASA, en combinación con datos del observatorio terrestre ALMA (Atacama Large Millimeter Array), revela ahora una intrigante colección de huellas de la presencia de una estrella de neutrones en el centro de SN 1987A.

Una explosión de tipo supernova destruye definitivamente a la estrella, dejando una nube de “escombros” en expansión (el remanente de supernova) y el núcleo ultradenso de la antigua estrella. Este núcleo queda convertido en un objeto exótico, que puede ser un agujero negro o una estrella de neutrones.

Durante 34 años, los astrónomos han estado buscando entre los escombros de SN 1987A para encontrar lo que debería haber quedado del núcleo de la estrella: en teoría, una estrella de neutrones. Esa búsqueda ha sido infructuosa, hasta ahora.

Cuando una estrella explota, su núcleo se derrumba sobre sí mismo y las capas exteriores salen despedidas al espacio. La compresión del núcleo lo convierte en un objeto extraordinariamente denso. Cuando una masa parecida a la del Sol queda comprimida de tal modo que mide solo unos 15 kilómetros de diámetro, el objeto resultante es una estrella de neutrones. Estos objetos reciben ese nombre porque están formados casi exclusivamente por neutrones, fruto del aplastamiento extremo que “empotra” a los electrones contra los protones en los núcleos atómicos, dando lugar a neutrones. La física que se manifiesta en esos astros es tan extrema que no puede ser reproducida aquí en la Tierra.

Las estrellas de neutrones de rotación rápida y altamente magnetizadas, llamadas púlsares, producen haces de radiación que los astrónomos detectan como pulsos. A medida que el púlsar gira sobre sí mismo, barre el espacio con haces de radiación que surgen de los polos de su poderoso campo magnético. La desalineación de los polos magnéticos con el eje de rotación del púlsar hace que los haces de radiación giren como los focos de un faro marítimo, enviando pulsos de ondas hacia los eventuales observadores distantes.

Hay un subconjunto de púlsares que producen “vientos” desde su superficie, a veces a una velocidad casi tan elevada como la de la luz, creando intrincadas estructuras de partículas cargadas y campos magnéticos. Estas estructuras se conocen como «nebulosas de viento de púlsar«.

Un análisis de datos del Observatorio espacial Chandra de rayos X y el NuSTAR (Nuclear Spectroscopic Telescope Array), ambos de la NASA, en combinación con datos del observatorio terrestre ALMA (Atacama Large Millimeter Array), revela ahora una intrigante colección de huellas de la presencia de una estrella de neutrones en el centro de SN 1987A.