Las enanas blancas son estrellas en las que han cesado las reacciones nucleares que caracterizan a una estrella en activo. En ese sentido, son estrellas muertas. De todos modos, cuando alcanzan esa fase final de su existencia todavía están muy calientes y pueden seguir emitiendo luz y calor, suficientes para permitir condiciones aptas para la vida en planetas cercanos. Aunque esas estrellas se van apagando poco a poco, el proceso dura muchos millones de años. ¿Sería posible que existieran planetas habitables alrededor de una enana blanca? El principal obstáculo es que en la etapa de gigante roja, que precede a la de enana blanca, las estrellas tienden a hincharse mucho y pueden engullir con facilidad a los planetas más cercanos. Si solo sobreviven los más lejanos, su distancia no ayuda a que luego reciban el calor suficiente de la estrella transformada en enana blanca. ¿Podría sobrevivir alguno de los planetas cercanos? ¿Podría acercarse lo suficiente a la enana blanca alguno de los lejanos? Un hallazgo inesperado podría comenzar a aportar algunas respuestas.

 

Un disco de escombros, seguramente lo que queda de planetas que fueron desgarrados y parcialmente engullidos por la estrella en su etapa de gigante roja, ha sido observado girando a corta distancia alrededor de una estrella enana blanca. Algunas de las características del disco así como detalles del movimiento de las estructuras más grandes que alberga apuntan a la existencia de un planeta en la zona habitable en torno a la enana blanca.

 

La zona habitable alrededor de una estrella es la franja donde el calor que llega de ese sol es el justo para que la superficie de un planeta pueda albergar agua líquida y, potencialmente, formas de vida. En comparación con una estrella como el Sol, la zona habitable de una enana blanca es más pequeña y está más cerca de la estrella, ya que las enanas blancas emiten menos luz y calor que las estrellas como el Sol.

 

La singular enana blanca se llama WD1054–226 y está a 117 años-luz de distancia de la Tierra. Al hipotético planeta se le calcula un tamaño parecido al de la Tierra, Venus, Mercurio o Marte.

 

El descubrimiento lo ha hecho el equipo de Jay Farihi, del University College de Londres en el Reino Unido.