Confeccionar unos jeans requiere unos 7500 litros de agua, el equivalente a la cantidad de ese líquido vital que bebe una persona promedio en siete años. Ese es solo uno de los varios hallazgos alarmantes de un estudio ambiental reciente que revela que el costo de estar siempre a la moda es mucho más caro que el precio monetario que pagamos por ello.


Cuando pensamos en las industrias que tienen un efecto dañino en el medio ambiente vienen a nuestra mente la manufacturera, la de energía, la de transporte e incluso la alimentaria. Sin embargo, de acuerdo con la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), la industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo.

Los datos de la UNCTAD indican que el rubro del vestido utiliza cada año 93.000 millones de metros cúbicos de agua, un volumen suficiente para satisfacer las necesidades de cinco millones de personas, y que también cada año se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a 3 millones de barriles de petróleo.

Además, la industria de la moda produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos, con las consecuencias que ello tiene en el cambio climático y el calentamiento global.

El modelo dominante en el sector es el de la “moda rápida”, que ofrece a los consumidores cambios constantes de colecciones a bajos precios y alienta a comprar y desechar ropa frecuentemente. Como consecuencia, la producción de prendas de vestir se duplicó en el periodo de 2000 a 2014. Muchos expertos, incluidos los especialistas de la ONU, consideran que esta tendencia es responsable de una amplia gama de efectos negativos en el ámbito social, económico y ambiental, y subrayan la importancia de garantizar que la ropa se fabrique de la manera más sostenible y ética posible.

Pese a las estadísticas desalentadoras, los productores y consumidores de moda están cada día más conscientes de que la industria necesita cambiar y numerosas compañías, incluidas las minoristas de ventas masivas, empiezan a integrar los principios de sustentabilidad a sus estrategias de negocios. Por ejemplo, la cadena global H&M ha adoptado un esquema de recolección de ropa y la fabricante de jeans Guess forma parte de un programa de reciclaje de guardarropa; mientras que la empresa Patagonia produce chamarras de poliéster obtenido de botellas recicladas.

Algunas compañías más pequeñas también se han sumado al movimiento para cambiar la industria del vestido e implementar un modelo de negocios sostenible. Entre ellas se cuentan la suiza Freitag, que utiliza lonas y cinturones de seguridad de camiones para hacer bolsas y mochilas; Indosole, por su parte, fabrica zapatos con llantas viejas; y Novel Supply, de Canadá, tiene un esquema de devolución en el que los clientes pueden regresar sus prendas cuando ya no las usan para que la empresa las recicle.

La fundadora de Novel Supply, Kaya Dorey, ganó el premio ambiental de la ONU “Campeones de la Tierra” en su categoría juvenil, por su iniciativa de diseñar un modelo de producción con materiales que no dañen el medio ambiente y de encontrar soluciones para la basura resultada del proceso de manufactura.

Con la intención de frenar las prácticas ambientales y sociales destructivas de la industria del vestido y de aprovechar la pasarela para proteger los ecosistemas, diez agencias de las Naciones Unidas lanzaron en la Asamblea sobre Medio Ambiente , celebrada en marzo de este año en Nairobi, la Alianza de la ONU para una Moda Sostenible.

Elisa Tonda, jefa de la Unidad de Consumo y Producción del Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA), uno de los diez organismos de la ONU que forman parte de la Alianza, explicó que la producción mundial de ropa y calzado genera el 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. “Y con esas manufacturas concentradas en Asia, la industria depende principalmente del carbón y el gas natural para generar la electricidad y el calor que necesita.”

“Si continuamos trabajando con el enfoque de negocios actual, las emisiones de gases contaminantes de esta industria aumentarán casi un 50% para 2030”, advirtió.

La celebridad y ambientalista británica Elle L fue una de las oradoras durante el lanzamiento de la Alianza. En esa ocasión dijo a Noticias ONU que la “moda rápida” es el mayor obstáculo para la sostenibilidad. “Hay una presión real para comprar y no hay un freno para disminuir la producción y el consumo excesivos. Precisamos mejores etiquetados para que la gente sepa lo que compra, necesitamos un impuesto o una prohibición de las fibras sintéticas que causan daños ambientales graves y que contribuyen a la crisis de los microplásticos. Y necesitamos un cambio de mentalidad sobre la producción y el consumo excesivos.”

Cada vez más, sobre todo en la última década, los influencers de las redes sociales como Lucia Musau, una premiada bloguera de la moda con base en Kenya, son quienes diseminan exitosamente los mensajes que pueden ayudar a destacar las consecuencias negativas de la moda rápida.

Noticias ONU habló con Lucia mientras participaba en las charlas sobre moda sostenible en el marco de la Asamblea de la ONU sobre Medio Ambiente. En esa ocasión, estuvo de acuerdo en que con el tiempo se ha convertido en una voz confiable que asesora a la gente e influye en lo que debe comprar:

“Como ciudadanos globales tenemos un papel importante por desempeñar. Nos hemos vuelto más conscientes con respecto a lo que consumimos y los días en que comprábamos sólo porque estaba de moda han quedado atrás. Si un diseñador keniano quiere que lo promueva, le pregunto cómo produce exactamente sus prendas”, dice la bloguera, quien también apoya la nueva alianza de la ONU.

“A medida que los consumidores estén más informados, la industria no tendrá más opción que adaptarse a sus necesidades”, apunta.