Desde los tiempos remotos, la Filosofía fue nombrada “madre de todas las ciencias”, yendo siempre un paso delante de las demás ciencias. Desde su atalaya lanza una mirada crítica y lateral a las sociedades y al hombre mismo, y muy a menudo los filósofos devienen agoreros sobre situaciones que no han acontecido, pero que en un momento indefectiblemente se fraguarán.

Más de una década ha pasado desde que Byung-Chul Han, agudo filósofo surcoreano, hizo el siguiente planteamiento: “Desde el punto de vista patológico el presente siglo no será bacterial ni viral, sino neuronal». Resalta tres enfermedades características en la época de las enfermedades neuronales: el déficit de atención con hiperactividad, el trastorno limítrofe de personalidad y el síndrome de desgaste ocupacional.

Y atinó en la diana con tal certitud el autor de La agonía de Eros que, hoy por hoy, observamos en la práctica cotidiana un patrón in crescendo en los casos que acuden por cansancio, inatención, fatiga matutina, falta de energía y disminución del rendimiento laboral.

Nos acostamos cansados, pasamos el día cansados y nos despertamos cansados. Parece que el mundo estuviera asfixiado por un apretado nudo de apatía que va removiendo capa por capa toda nuestra vitalidad.

El utilitarismo, la hiperproducción, la angustia por el mañana y el peso del pasado aplastan a la mayoría de población impidiéndole mirar límpidamente el presente con esa energía propia que descansa únicamente en la esperanza y en la visión holística de la valía humana.

¿Pero acaso este cansancio tiene solo aristas sociolaborales?, o ¿existe además un desgano que emana de adentro por situaciones biológicas, epigenéticas y sanitarias?

Lo cierto es que está demostrado que el burnout, la sobrecarga laboral, el insomnio, los problemas endocrinos y metabólicos, la apnea del sueño y las hipovitaminosis, entre otras tantas condiciones de salud, generan una fatiga de índole puramente orgánica y que están a la orden del día; no obstante, existe el otro costado, el fino e incisivo de la posmodernidad: “la obligación de ser feliz y positivo”, esta mordaza invisible de estándares imposibles de alcanzar y que nos coloca en un fatigoso proceso de adquirir vivencias en lugar de vivir emociones, en lugar de sentir, el tener en vez del ser. La happycracia, el multitasking y la sobresaturación de propuestas para obtener lo inmediato violentan nuestra mente y nuestro cuerpo.

El poeta C. Pavesse, en su hermosísimo cancionero Trabajar cansa, preveía una sociedad extenuada por dentro y por fuera y lo hace a partir de su lírica y de su propia vida, accionando virulentamente por acopiar tenencias y terminando tan virulenta como se empieza, “quebrando la homeostasis del soma y de la psiquis”, de ahí surge en catálogo variopinto de condiciones mentales: depresión, ansiedad y otras afecciones psíquicas, de más está decir como acabó la vida del poeta.

Quiero cerrar esta entrega coincidiendo con la concepción de Han: “Este exceso de propuestas alternativas líquidas y libertades tramposas produce una injuria indolora que se manifiesta en agotamiento, apatía y ahogamiento del exceso, conllevando a un desbalance en los neurotransmisores y develando un psiquis enferma y rota, esa astenia mental que resulta en un caldo de cultivo para una sociedad que pare sin cesar hombres y mujeres hastiados del hastío y vacíos de esperanza”.

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