Corría el año 1911 cuando el geólogo australiano Griffith Taylor observó algo que ningún ser humano había visto hasta la fecha: una extraña catarata que surgía en mitad del hielo de la Antártida. Pero esa caída de agua contaba con un elemento que la convertía aún en algo mucho más extraño: el agua que emanaba de su interior no era transparente, como se supone que debería ser, sino que un flujo de un color rojo muy vivo salía de las entrañas de un bloque de hielo. Este hecho le valió ganarse el sobrenombre de Cataratas de Sangre. Desde ese momento, se convirtió en uno de los eventos de la naturaleza más increíbles que se puedan ver en todo el planeta y, por si fuera poco, se convirtió en toda una leyenda gracias a la dificultad que entraña poder llegar hasta la zona y ver esta impresionante caída de agua. Los primeros análisis de los expertos determinaron que lo que provocaba el color rojo de esta catarata era una serie de algas presentes en la zona que teñían su color y generaban este impresionante efecto. Pero nada más lejos de la realidad: la respuesta era mucho más compleja, como explica ‘National Geographic’.