Si hay un elemento característico en un motor de combustión de gasolina, ese es la bujía. Esta pieza, de modesto aspecto, se encuentra en el corazón del sistema de encendido de estos motores, y resulta fundamental para su funcionamiento.

Inventada hace más de 100 años, la bujía fue la principal responsable de que los motores de combustión interna alcanzaran el grado de funcionalidad que llegarían a poseer. Sin ellas, no sería posible quemar el combustible y extraer la energía necesaria para hacer mover los cilindros, y con ello, el giro del motor.

El inventor de la bujía

La patente de su invención se remonta a 1898, cuando Nikola Tesla registró un sistema de encendido eléctrico completo que incluía un electrodo para generar la chispa. Pero ese mismo año, otros ingenieros patentaron diseños incluso más avanzados y que nos remiten a la bujía actual. Entre ellos tenemos a Robert Bosch, quien dio un paso más adelante, al inventar la bujía propiamente dicha, una pieza que podía ser cambiada al final de su vida útil, independientemente del resto del sistema de encendido.

Habría que esperar a 1902 para que uno de los ingenieros de Robert Bosch, llamado Gottlob Honold, diseñara una bujía más avanzada y aplicable a los motores de combustión interna en desarrollo en esa época, un diseño que Renault mejoró poco después y que se ha prolongado hasta nuestros días sin demasiados cambios.

Cómo actúa una bujía

Cuando en un motor de explosión introducimos combustible y oxígeno, necesitaremos una chispa que inicie la combustión de la mezcla. La bujía, situada en la posición adecuada, frente a la cámara de combustión, se encargará de generar dicha chispa de alta tensión, gracias a sus electrodos. La consecuente explosión controlada del combustible moverá el cilindro y con ello, el motor realizará su trabajo.

Dado que los motores incorporan varios cilindros sincronizados, se necesitarán bujías para todos ellos. También se emplea un sistema, la bobina, que genera la corriente eléctrica para las bujías. Del buen estado de todos estos elementos depende que nuestro vehículo funcione correctamente, se ponga en marcha sin problemas incluso en frío, y gaste combustible de forma óptima, produciendo la potencia esperada.

Las bujías, por tanto, no pueden ser piezas de baja calidad. Deben resistir altas temperaturas, transmitir correctamente el calor a través de su cuerpo (habitualmente de cerámica especial), etc.

Por otro lado, las bujías pueden deteriorarse con el tiempo. Si una de ellas se estropea o su estado empeora demasiado, se puede perder la operación de uno de los cilindros del motor. Por eso es conveniente reemplazarlas cada cierto tiempo, o pasados determinados kilómetros (habitualmente a partir de los 20.000 km). No obstante, algunos tipos avanzados de bujías pueden durar mucho más, incluso 100.000 km.

Operación de reemplazo

Un uso habitual de bujías de buena calidad alargará su uso y mantendrá el motor en buen estado de funcionamiento. De hecho, extraer las bujías y contemplar cómo se hallan sus electrodos (acumulación de carbonilla, engrase, etc.) puede darnos pistas sobre si el motor tiene algún problema mecánico importante.

Dado su precio razonablemente bajo, las bujías deben cambiarse cuando indica el fabricante, de modo que podamos garantizar así el correcto funcionamiento de este sistema fundamental. Unas bujías en mal estado nos costarán dinero a medio y largo plazo, debido a que el motor actuará de manera incorrecta.

En todo caso, desmontar y observar cómo se hallan las bujías no es complicado y se aconseja hacerlo regularmente en un taller o después de un viaje largo. Si su estado es óptimo, todo habrá ido bien. Si se detectan fallos o un cierto deterioro, será mejor proceder con el cambio para evitar que el motor vaya mal al ralentí, le cueste arrancar en frío, gaste demasiado combustible, etc. Cualquier defecto puede estar delatando además algún otro problema en el resto de elementos del motor o del encendido. Un profesional experimentado nos dirá si bastará con cambiar las bujías o es necesario revisar otros componentes.

Cuando es necesario, lo más habitual es sustituir todas las bujías a un tiempo, aunque cada una posea niveles distintos de desgaste. La operación requiere unos ciertos conocimientos en función de la complejidad mecánica de cada motor, la presencia de sistemas de alta tensión o el grado de apriete de cada bujía, así que ya que hemos de pasar por el taller, lo mejor es resolver el trámite de forma completa, evitándonos futuras visitas innecesarias.

A pesar de su sencillez conceptual, la bujía es pues uno de las piezas más importantes de nuestro vehículo. Una sencillez que se ve matizada al tener en cuenta el régimen de trabajo al que se ve expuesta. Debe resistir altas tensiones que ascienden hasta los 40.000 voltios, actuar de forma repetida durante mucho tiempo, aguantar la presión que se genera dentro de la cámara de combustión (hasta 100 bares), y ayudar a enfriar esta de nuevo antes del siguiente ciclo de explosión. Exigencias que obligan a un producto de calidad apropiada, y cuyo diseño en el ámbito de los materiales ha ido mejorando con el paso del tiempo.

Actualmente, las bujías pueden utilizar dos o cuatro electrodos, ser de níquel, platino o iridio, y disponer de otros refinamientos que las hagan más fiables y duraderas. Un largo camino, el recorrido desde su invención hasta nuestros días.

En función de las bujías que utilicemos, estas nos durarán más o menos tiempo. Por ejemplo, las bujías de níquel pueden necesitar ser reemplazadas cada 20.000 o 30.000 km. Por su parte, las de platino pueden alcanzar los 60.000 o 70.000 km, mientras que las de iridio son las que mayor autonomía tienen, entre los 80.000 y los 100.000 km. En cada caso, utilizaremos aquellas más adecuadas al uso que demos a nuestros vehículos.