“Francia no utilizará más el glifosato a partir de 2021”. Esta fue una de las promesas electorales del presidente francés Emmanuel Macron a principios de su mandato. Sin embargo, la propuesta terminó desvaneciéndose: el país no puede asegurar la sustitución del herbicida al 100 % en los campos agrícolas franceses en los próximos años.

“Esta decisión ha sido cancelada porque el glifosato es necesario en los sistemas agrícolas actuales”, declara a Sinc Robin Mesnage, toxicólogo en el departamento de Genética Médica y Molecular del King’s College London y experto en este compuesto.

 

Pero aunque el glifosato no desaparece, por ahora, de los cultivos franceses, sí lo hace de los jardines. Desde enero de 2019, la justicia francesa sí logró prohibir la venta y utilización a los particulares –y no a los agricultores– de una versión de este herbicida, Roundup Pro 360.

 

“Es una formulación con un agente químico surfactante de riesgo alto conocido”, detalla Charles Benbrook, investigador en la Universidad de Newscastle (Reino Unido).

 

El glifosato fue comercializado por primera vez en los años 70 bajo el nombre de Roundup, cuya patente estuvo hasta el año 2000 en manos de Monsanto, la multinacional estadounidense especializa en productos agroquímicos y en biotecnología para la agricultura, adquirida por Bayer en 2018. Sin embargo, la dependencia de este herbicida se debe a un uso masivo a partir de los años 90.

 

Desde entonces, 8.600 millones de kilogramos de glifosato se han esparcido por millones de hectáreas en todo el mundo. En España, cientos de productos autorizados para la agricultura, silvicultura, jardinería y aplicación doméstica contienen glifosato.

 

Este compuesto fue descubierto por el químico Henri Martin, que en 1950 trabajaba en una empresa farmacológica. Al no encontrar aplicaciones, la molécula fue vendida a otras compañías en busca de posibles usos. Fue John E. Franz, químico orgánico de Monsanto, quien dio con la clave e identificó su actividad herbicida en 1970.