El premio Nobel presentó en Madrid su último libro, «Conversación en Princeton», que recoge un curso que dio en esa universidad estadounidense.

En 2015, Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) ofreció un curso sobre literatura y política en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey). Una «clase magistral» que duró todo un semestre y a la que asistió un reducido grupo de alumnos. La materia de estudio era el propio premio Nobel. Para ser exactos, cinco de sus novelas -las más políticas-: «Conversación en la catedral», «Historia de Mayta», «¿Quién mató a Palomino Molero?», «El pez en el agua» y «La fiesta del chivo». En pocos autores se hermanan tánto vida y escritura, por lo que la experiencia resultó «interesantísima» para los estudiantes, y para el profesor. Una vivencia que, gracias a la editora Pilar Reyes, se ha materializado en lectura. «Conversación en Princeton» (Alfaguara) es un libro hermoso, un prisma casi total de Vargas Llosa que nos acerca al escritor, al intelectual, al lector y, sobre todo, a la persona.

«Fue realmente sorprendente ver cómo los alumnos resucitaban los procesos de escritura en sus intervenciones. Sus preguntas y comentarios eran sumamente instructivos», evocó ayer el Nobel, durante la presentación de la obra en la Casa de América en Madrid. Le acompañaba Rubén Gallo, catedrático de literatura hispanoamericana en Princeton y principal artífice de que Vargas Llosaregresara a la universidad que, desde los años 90, alberga sus archivos. «La idea que tuvimos fue establecer las relaciones entre la historia y la ficción, para ver el testimonio que da la literatura cuando se ocupa de temas históricos: ¿hasta qué punto la imaginación puede intervenir?, ¿debe tomarse las libertades de la novela?».

A su juicio, «la Historia y la literatura tienen lazos, pero hay independencia de la literatura frente a lo vivido, prevalece lo inventado, lo creado». Por ello, Vargas Llosa recuerda como «una de las mejores tardes» de aquel semestre la que pasaron charlando sobre Tolstói y su «Guerra y paz». «Él creía ajustarse a la verdad histórica, pero se la salta alegrísimamente empujado por la creatividad. Sin embargo, su testimonio prevalece sobre todos los estudios históricos por la fuerza persuasiva que tiene “Guerra y paz”. Eso demuestra que un escritor puede cambiar la historia retroactivamente si tiene el talento necesario».

Talento

 Un talento que él, en su juventud, detectó en Faulkner, que se convirtió en su primer y más adorado maestro. De él aprendió la técnica literaria y, aunque reconoce que su influencia fue «gigantesca» en sus primeras novelas, ahora asegura ir por otros derroteros literarios. «Borges decía que cuando uno empieza a escribir le interesa la complejidad y cuando va pasando el tiempo vas descubriendo que lo importante es la claridad. Hay mucho de cierto en eso. En las novelas que he escrito últimamente me interesa la claridad, tienen más transparencia, el lenguaje es menos barroco. De joven, a veces tienes la idea, completamente falsa, de que la oscuridad es profundidad… ¡Mentira!». Fue la primera vez que el Nobel se rio, con esa carcajada suya tan vivaracha, en toda su intervención. Era día de semblante serio y circunspecto, aunque tocara hablar de literatura.
«Un escritor puede cambiar la historia retroactivamente si tiene el talento necesario»

Ese arte, en absoluto menor, en el que Vargas Llosasigue confiando como garante de la democracia: «Sigo creyendo que la literatura es fundamental para la formación de una sociedad libre y democrática. Una sociedad con lectores es más libre, más crítica, más difícil de manipular, más culta». Otra vez de vuelta a su juventud, el escritor de entonces, aún bregando con sus luchas familiares e intestinas, se entregó al decir de Sartre. «Las palabras son actos», sostenía el existencialista, y Vargas Llosa hizo suyo aquel mantra. Hoy, confiesa creer «menos» en su «efecto instantáneo, pero sí cree que «la literatura tiene un efecto en la vida».

Jóvenes escritores

Por eso, quizás, se extrañe ante el desafecto político de las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos. «Mi generación estuvo muy comprometida con la acción política. Entonces, las democracias eran la excepción a la regla y eso empujaba a los escritores a algún tipo de militancia política en lo que escribían». En las décadas de los 60 y los 70, años en los que empezaba a articularse aquello que después haría «boom» (y en Barcelona, nada menos), era difícil concebir que un intelectual mirara para otro lado, pero aquella excepción es hoy la regla.

«Hoy en América Latina asistimos a una desmovilización política del escritor»

«Ahora tenemos democracias imperfectas, pero sólo Cuba y Venezuela son dictaduras. Cuando yo era joven, la democracia no era popular, lo que tenía arraigo era el socialismo, la revolución. Hoy en América Latina asistimos a una desmovilización política del escritor. Los escritores han vuelto a ocuparse de la literatura como un campo que no debe envilecerse con la política, y eso es algo que yo no comparto. Nosotros nos creíamos que teníamos la obligación moral de participar en el quehacer político».

Esos mismos jóvenes que huyen del compromiso político se sienten enormemente cómodos en un campo que no es del agrado del Nobel: las redes sociales. Lo cierto es que Vargas Llosa no las ve mucho -aunque hayan usurpado su personalidad en Twitter en más de una ocasión- pero, cuando se acerca a ellas, se queda «horrorizado al ver en lo que se ha convertido el lenguaje». «Eso tics -en referencia a los tuits-… Si la literatura desaparece y es reemplazada por esa especie de caricatura del lenguajeque vemos en las redes sociales, corremos el riesgo de llegar a un mundo de monos. Espero que la literatura al final sobreviva, y si no la sociedad futura va a ser una sociedad nada envidiable, ni ejemplar, invivible».

Con esa esperanza, él sigue escribiendo y acaba de terminar «un ensayo que es una autobiografía intelectual y política a través de pensadores que me han influido mucho» y que llegará a las librerías en el primer trimestre del próximo año.