Noviembre es el Mes de la Familia y de las vocaciones. Desde ya nos felicitamos, pues todos somos miembros de una familia y a la vez tenemos una vocación, un llamado de Dios a un oficio determinado, a seguirle y a ser feliz, y queremos que nuestra familia alcance la estabilidad necesaria para llevar una vida como Dios quiere.

La familia es considerada la institución más antigua de la humanidad. Muchos dicen que es tan antigua como la humanidad misma, tanto así que, algunos autores se preguntan qué ha sido primero, si la familia o la sociedad. Por este motivo hemos de considerar su gran importancia y su perennidad. El hecho de haber sobrevivido durante toda la historia de la humanidad nos lleva a tomar conciencia de que estamos ante uno de los temas más trascendentales del ser humano.

Hoy más que nunca, la familia cristiana se encuentra en medio de un mundo cambiado y cambiante, que obliga a la Iglesia a estar atenta a las transformaciones que se producen y que amenazan la estabilidad del matrimonio y la familia como bien preciado de Dios. Como Iglesia, debemos estar vigilantes para defender la familia y el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, porque a pesar de los cambios el mundo espera y necesita el testimonio de la familia cristiana, que contrarreste la violencia intrafamiliar que se da en el seno de algunos hogares.

El domingo 22 de noviembre, la Iglesia en República Dominicana, en medio de su celebración da ‘Un Paso Por Mi Familia’, con Cristo defendiendo la vida, porque: “La familia es la esperanza de la Iglesia y del mundo”, según lo expresara Su Santidad el papa Francisco, el 25 de agosto de 2018, en el Encuentro Mundial de las Familias, en Dublín.

La familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia (cf. Documento Aparecida 433), cuida, ama y respeta la vida desde su concepción hasta la muerte natural, según lo consagra el artículo 37 de la Constitución Dominicana. Así, la familia educa la afectividad y la sexualidad de sus miembros de modo integral y de acuerdo al plan de Dios, rechazando de plano la ideología de género que se le quiere imponer.

Está fundada en el amor y ha de estar abierta a la vida. Así como la familia tiene su fundamento en el matrimonio y se basa en el amor a todos sus miembros, siendo el amor uno de los fines principales del mismo, ha de estar abierto a la vida, ya que como afirma el Concilio Vaticano II, los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen al bien y a la felicidad del matrimonio y la familia. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica, citando el Concilio Vaticano II afirma: “Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación” (GS 48).

Ante la pandemia
Por este motivo, teniendo en cuenta el tiempo que estamos viviendo, provocado por la pandemia Covid-19, y observando las dificultades que están viviendo las familias: discusiones, pobreza, separaciones, violencia, incluyendo feminicidios, queremos exhortarles a un mayor acercamiento al Señor y a vivir los valores humanos, cristianos y espirituales.

Para responder adecuadamente a los desafíos que nos presenta la familia en la actualidad, es necesario procurar una evangelización revestida de nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones que intensifique los esfuerzos, tanto en la formación como en el trabajo directo con las familias, a fin de lograr que nuestras familias sean cada vez más estables y sean coherentes con el plan de Dios trazado para ellas, imitando así la Sagrada Familia de Jesús María y José.