Tener memoria y poder así almacenar recuerdos de acontecimientos pasados nos permite tomar decisiones más inteligentes sobre el futuro. Esta capacidad de memorizar y recordar información da a un organismo una clara ventaja a la hora de buscar comida o evitar entornos perjudiciales. Tradicionalmente se ha considerado exclusiva de los organismos que tienen cerebro o por lo menos un sistema nervioso. Sin embargo, el moho Physarum polycephalum guarda recuerdos, aunque no tiene cerebro ni tan siquiera sistema nervioso.

Un nuevo estudio realizado por Mirna Kramar, del Instituto Max Planck para la Dinámica y la Autoorganización (MPI-DS), y Karen Alim, de la Universidad Técnica de Múnich (TUM), ambas instituciones en Alemania, ha explorado la sorprendente capacidad de este organismo unicelular altamente dinámico para recordar información sobre su entorno.

El moho Physarum polycephalum lleva muchas décadas desconcertando a la ciencia. Situado en una extraña encrucijada entre los reinos animal, vegetal y fúngico, este organismo único permite conocer la historia evolutiva temprana de los eucariotas, a los que también pertenece el ser humano.

Su cuerpo es una gigantesca célula única compuesta por tubos interconectados que forman intrincadas redes. Esta única célula parecida a una ameba puede alcanzar un tamaño de varios centímetros o incluso metros, figurando como la mayor célula terrestre en el Libro Guinness de los Récords.

La sorprendente capacidad de este moho para resolver problemas complejos, como encontrar el camino más corto a través de un laberinto, le valió el atributo de «inteligente». Esto intrigó a la comunidad científica y suscitó muchas preguntas sobre cómo se ejerce la toma de decisiones en los niveles más básicos de la vida.