La humanidad atestigua hoy, con agrandada visibilidad, las graves repercusiones de las atrocidades que ocurren en diversas regiones del planeta y empujan a millones de personas a huir de sus países de origen en busca de espacios seguros para su vida y la de su familia.
En respuesta a las agresiones armadas y otros abusos horrendos que desestabilizan y merman a pueblos enteros, las naciones que se mantienen en paz deben extender un abrazo humanitario a los miles de desplazados.
Las tragedias recorren el globo, aunque con causas específicas diversas: las vemos, por ejemplo, en los desolados vecinos haitianos; en los ucranianos salvajemente violentados por Rusia; en las poblaciones sirias que huyen de riesgos letales; y en los latinoamericanos que sueñan con un suelo que los proteja de la inseguridad.
Estos cuadros de devastación obligan al diálogo entre países para poner coto al desamparo migratorio, en el país de origen y en la nación receptora.
Atención especial merecen los migrantes cuyas voces no tienen la resonancia para mover a su favor a los foros internacionales y las estructuras políticas de naciones poderosas. Les ocurre a nuestros hermanos de Haití, el país más pobre de este hemisferio. La inestabilidad política, y la miseria exacerbada por el COVID-19 y otros desastres, han incrementado el éxodo haitiano. En los últimos meses, al menos 15,000 personas haitianas han llegado a la frontera sur estadounidense. Otros se arriesgan por el Pasaje de la Mona. Un grupo divisado el pasado fin de semana en el islote Desecheo quedó a merced de ayuda de la Guardia Costanera de Estados Unidos.
La represión, violencia e inestabilidad en países latinoamericanos causan olas migratorias. Es conocido el creciente éxodo de venezolanos, y de nacionales de Nicaragua, El Salvador y Guatemala, entre otros, hacia a la frontera de Estados Unidos y otros países.
La guerra es un gran desplazador. Lo vemos ahora en Ucrania, donde el salvaje ataque ruso ha provocado una huida masiva entre la población. En 15 días, al menos 1.5 millones de ucranianos han salido de su país y otros miles luchan desesperados por poder resguardarse en otro.
Es imperioso lograr acuerdos que permitan desarrollar corredores humanitarios para acoger a las familias ucranianas que huyen del barbárico e injustificado asedio ruso. Al mismo tiempo, deben continuar las sanciones contra Rusia y las conversaciones diplomáticas que den paso a la retirada de las tropas invasoras.
Los corredores humanitarios representan un mecanismo esencial para brindar auxilio a civiles heridos, adultos mayores, niños y otras personas atrapadas en poblados que han recibido intensos bombardeos que destruyeron la infraestructura de electricidad y agua potable.
En Ucrania hay miles de personas en sótanos residenciales y comerciales, sin calefacción ni alimento suficiente. El aseo se ha limitado y no hay formas seguras de obtener víveres y medicinas. Las personas delicadas de salud o heridas necesitan atención hospitalaria rápida.
Amplias zonas urbanas y rurales de Ucrania tienen carreteras colapsadas. Urge garantizar rutas libres de ataques que permitan movilizar a civiles a lugares seguros. Permitir el ingreso de autobuses y otros vehículos será determinante para el traslado. Las conversaciones entre delegados ucranianos y rusos deben acordar a la mayor brevedad los corredores humanitarios.
En otros lugares también se producen dramáticos movimientos migratorios. Miles de africanos toman largas y peligrosas rutas, como el Mar Mediterráneo, para llegar a Europa para labrarse mejor porvenir. La guerra civil que se ha prolongado por una década en Siria ha propiciado otro enorme flujo migratorio, estimado en siete millones de personas hasta el año pasado.
Ciertos migrantes vislumbran regresar a su país natal, mientras otros consideran relocalizarse. En ambos casos, debe disponerse de oportunidades para que aporten cooperación social a los países receptores. Las naciones receptoras están emplazadas a erradicar toda política o práctica reñida con los derechos humanos.
Las tensiones que han dado paso a los horrores que fuerzan la migración enfatizan la urgencia de sentarse a la mesa para emprender la solución a los problemas de fondo que colocan a la humanidad en jaque. La defensa de la democracia y la igualdad socioeconómica son variables esenciales en el diálogo por la paz del planeta.