La Tierra está rodeada por una gigantesca burbuja magnética conocida como magnetosfera, creada por la acción del hierro líquido en la parte más externa del núcleo de nuestro planeta. La magnetosfera nos protege de muchos de los fenómenos más peligrosos del entorno cósmico, incluida la corriente de partículas cargadas eléctricamente procedentes del Sol conocida como viento solar. Afortunadamente, nuestra burbuja magnética mantiene a raya a la mayoría de estas partículas del viento solar, pero no a todas…

 

Las cúspides polares son esencialmente dos agujeros en nuestra magnetosfera. Aquí, las líneas del campo magnético de la Tierra canalizan el viento solar hacia abajo, concentrando su energía antes de inyectarlo en la atmósfera terrestre, donde se mezcla y choca con partículas de origen terrestre.

 

Cosas raras ocurren en la cúspide polar. Las señales de radio y GPS se comportan de forma extraña cuando viajan por esta parte del cielo. En los últimos 20 años, se ha captado algo más inusual cuando las naves espaciales pasan por esta región: se ralentizan.

 

A unos 400 kilómetros por encima de la Tierra, las naves espaciales que pasan por la cúspide polar experimentan una mayor resistencia al avance, lo que las refrena un poco. Esto se debe a que el escasísimo aire que todavía queda a esa altitud es notablemente más denso en la cúspide que en cualquier otro punto de la órbita a la misma altitud. Pero nadie sabe por qué, ni cómo.

 

Aunque la densidad de la atmósfera terrestre disminuye con la altitud, se mantiene constante en sentido horizontal. Es decir, a cualquier altitud, la atmósfera tiene aproximadamente la misma densidad alrededor del globo. Excepto en la cúspide, donde a 400 kilómetros de altitud, hay una bolsa de aire aproximadamente una vez y media más densa que el resto del aire a esa altitud. Es imposible que una masa extra de esta magnitud se mantenga allí sin algo que actúe para sostenerla.