En una parada cerca de la estación de Atocha, en Madrid, estudio las rutas. ‘Ninguna llega a la Puerta del Sol’, digo frustrada a mi hijo Alexis. Una mujer con acento sudamericano de motu proprio interviene: ‘Tiene que llegar hasta Benavente. Ahí se apea y camina por Carretas y ahí hasta Puerta del Sol’. ¡Gracias!

En vista de que no tenemos billetes, porque no los compramos en máquinas expendedoras de alguna estación de metro (los billetes metrobus son más baratos y sirven para ambos medios de transporte), Alexis busca cambio en el monedero. Cinco euros es el máximo de dinero en efectivo que acepta el conductor. Un billete cuesta 1.50€.

En el bus estoy pendiente de la pantalla donde se especifica con antelación el nombre de cada próxima parada y el tiempo que tarda en llegar. ‘¡Ya avisó!’ Mi hijo toca el timbre para alertar al conductor.

Nos levantamos antes de que detenga el vehículo, pues son escasos los minutos para bajar. Mientras avanzamos por el parque Jacinto Benavente, en busca de la calle Carretas, tropezamos con una extraña escultura en bronce: la de un barrendero.

De repente, una señora se voltea hacia nosotros y con acento sudamericano cuestiona: ¿Ustedes fueron los que preguntaron por la Puerta del Sol?’ Asentimos. A seguidas señala cuál de varias calles es Carretas. Resulta llamativo el hecho de que quienes espontáneamente ayudan al turista son mujeres latinoamericanas, no españolas.

Al llegar frente a la Puerta del Sol doblamos a la izquierda para ver en la acera, junto al antiguo Real Edificio de Correos (actual sede del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid), la nueva placa que señala el kilómetro cero de España.