escasos minutos del municipio San Jo­sé de Ochoa se en­cuentra una co­munidad rica en elementos naturales y cultura­les. Nos referimos a El Naranjal, un poblado modelo que transpi­ra trabajo, belleza y bondad.

Surgimiento
El Naranjal no escapa al origen pri­migenio y la probable incursión de cimarrones en el territorio que hoy ocupa. Sin embargo, un epi­sodio definitorio para el estableci­miento de la comunidad que hoy conocemos, fue la llegada de ára­bes y españoles en el siglo XIX. En su libro «Memorias de El Naran­jal», Fanny Santana cita la posibili­dad de que el nombre le haya sido dado por los árabes, impresiona­dos por el paisaje amarillento de la denominada Loma Redonda, poblada entonces de frondosos y abundantes naranjos, y con el aro­ma de azahar que inundaba el am­biente.

Algunos comunitarios coinci­den con esta versión, la cual les ha sido transmitida por sus ances­tros. Cabe destacar que fue notorio el posterior aporte de estos extran­jeros y su descendencia al desarrollo de El Naranjal durante el siglo XX.

Reserva cultural
A pesar del inevitable paso del tiempo y de la evolución de las costumbres y tradiciones, El Na­ranjal todavía conserva un exqui­sito sabor a la primera mitad del siglo XX. Aunque cada vez son más escasas, es posible encontrar viviendas hechas de tablas de pal­mas, famosas por su durabilidad y su nivel de protección ante las inclemencias naturales. Las coci­nas con techos de yaguas, ahora pueden ser sinónimos de pobre­za, pero representan importan­tes episodios del pasado de esta comunidad agrícola, artesanal y trabajadora, en sentido general.

En algunas casas podemos en­contrar, bien conservados, instru­mentos tradicionales para la agri­cultura, como un arado o un yugo. También tinajas, higüeros, anafes y otros accesorios que califican ya co­mo reliquias o reductos del pasado.

Flora y fauna
Su vegetación es envidiable. Una gran variedad de flores adorna a esta comunidad, convirtiéndola en un importante referente de la belleza. Hermosean el paisaje: la trinitaria violeta, las flores de ma­guey, de cañafístola y cayena; pe­ro también una diversidad de ro­sas, entre muchas otras hermosas especies.

Además podemos encontrar zo­nas pobladas de caobas, al igual que sembradíos de palmas, que sirven para proteger las aguas de la zona. La educadora Silvia Van Der Linde señala la importancia de conser­var y restablecer el bosque de gale­rías, con el fin de proteger el arroyo El Naranjal, muy apreciado por los agricultores y por los habitantes del lugar.

Las aves le dan un toque particu­lar a un amanecer naranjalero, en­contrando la cigua palmera, el pá­jaro bobo y el pájaro carpintero; el barrancolí pico grueso, la perdiz y el ruiseñor, entre otras especies Es usual ver en el firmamento el paso lento del buitre cabecirrojo, circu­lando en busca de carroña: mero­dea como si se tratase de una esce­na del Viejo Oeste norteamericano.

Sus habitantes respetan la flora y la fauna locales. Un frondoso árbol en las afueras de la casa de doña Ai­da Santana es una muestra de esta afirmación. La llegada de la cigua amarilla hizo de este árbol su lugar predilecto de reproducción. Sus ni­dos, perfectamente tejidos con hilos de hojas de palma, se multiplican con rapidez y son cuidados por todo el vecindario.

Las guineas también dicen pre­sente a pesar de que a veces los fur­tivos cazadores las deciden con­vertir en sus presas. Las guineas parecen tener un sexto sentido que les alerta sobre el peligro. Se co­menta entre tiradores, sobre la au­dacia de estas aves; argumentan que a la parvada le antecede una guinea exploradora, con la misión de aprobar o desaprobar la ruta.

Agricultura y apicultura
El Naranjal se mantiene a la van­guardia en la tecnología agríco­la, teniendo instalados moder­nos invernaderos. Pero todavía conserva la tradición de huertos y sembradíos a campo abierto, realizados por parte de sus habi­tantes con el propósito de conse­guir la digna subsistencia. Allí se cultivan: café, aguacates, guan­dules naranjos, plátanos llmon­cillos, mangos y otros productos agrícolas.

Existen apiarios, para la recolec­ción de la medicinal miel de abe­jas, la cual comercializan en toda la provincia San José de Ocoa y fue­ra de esta. Para quienes no están acostumbrados a la vida campes­tre, participar en la cotidianidad del campesino puede ser una aventura inolvidable.

Artesanía típica

El Naranjal posee una tradición de destreza artesanal, en elementos que representan al campesino del si­glo pasado. Sus habitantes son dies­tros en el oficio de fabricar árganas para montar caballos, burros y mu­los. También son maestros en la fa­bricación de sillas artesanales con asientos de guano, al igual que otros muebles y objetos trenzados.

Una sociedad progresista
Por muchos años, los naranjale­ros tuvieron que ir al pueblo de Ocoa a recibir el pan de la ense­ñanza. Primero a lomo de bes­tias; más adelante en «bolas» y posteriormente en motoconchos y en vehículos habilitados para el transporte masivo. Pero las difi­cultades no los amilanaron, y hoy son muchos los profesionales des­tacados que han visto el fruto de su rústico transitar por carreteras y caminos polvorientos.

En materia de gestiones comu­nitarias, El Naranjal cuenta con or­ganizaciones de carácter social que dan seguimiento a actividades de beneficio y progreso para sus ha­bitantes, como la Asociación de Mujeres María Trinidad Sánchez y Asoprobina, un activo grupo res­ponsable de gestionar importantes obras para los naranjaleros. En ma­teria recreativa, aparte de las tradi­cionales prácticas de deportes, las mujeres dicen presente a través de la Liga Femenina Luis Castillo, don­de se ejercitan, socializan y mues­tran sus destrezas en la práctica del sóftbol.

 En materia de agricultura, medio ambiente, vivienda y otros renglones, El Naranjal ha recibido el respaldo de la Asociación para el Desarrollo de San José de Ocoa, Inc..

Siempre regresan
Desde El Naranjal han salido dece­nas de hombres y mujeres laborio­sos y progresistas, teniendo como factor común que nunca se despe­gan de su tierra. Cada vez que hace falta, la comunidad recibe el calor de sus hijos ausentes, quienes acos­tumbran a ser solidarios con las cau­sas que allí se presentan.

Aunque el paso del tiempo es inevi­table y las costumbres tienden a cam­biar, una parte importante de este te­rruño sigue acariciando las tradiciones mágico-religiosas.

El Naranjal mantiene vivas las noches de velas y el canto de salves, en­tre otras manifestaciones provenientes del pasado. Muchas de estas celebra­ciones son incentivadas por los au­sentes, quienes siempre regresan con cariño y entusiasmo a compartir nos­talgias, calor, historias y esperanzas con quienes se quedaron en el lugar.

Roberto Santana y su borrico
Fue en los años 80, cuando por pri­mera vez escuché en una entrevis­ta a Roberto Santana referirse a sus tiempos de Educación Media. Re­memoraba cuando tenía que tran­sitar diariamente desde El Naranjal hasta San José de Ocoa, para asistir a la escuela. Lo hacía a lomo de un burro, el cual ataba en el patio de Ducho Martínez y Grecia Pimentel, en la calle Luperón. Después

lo oí repetir aquella historia, en varios escenarios. Roberto se convirtió luego en bujía inspi­radora de una gran parte de la juventud de su comunidad, de­seosa de progreso y de mejores condiciones de vida.

En la segunda mitad del siglo XX, Roberto fue un decidido lucha­dor por la libertad y los derechos humanos, llegando a ser presiden­te de la Federación de Estudiantes Dominicanos y rector de la Univer­sidad Autónoma de Santo Domin­go. Hoy es un multifacético profe­sional, experto en la reforma del sistema penitenciario.

Loma Redonda
Es conocida la depredación de Loma Redonda, la cual es com­partida por El Naranjal y Sabana Larga. Se trata de un promonto­rio que destaca por su belleza y su riqueza ecológica, sirviendo de pulmón a San José de Ocoa. También representa gran impor­tancia hidrológica para nuestro país.

Grupos amigos de los ecosiste­mas y organizaciones comunita­rias lanzaron su grito de guerra y consiguieron llamar la aten­ción del Ministerio de Medio Am­biente y Recursos Naturales, pa­ra prevenir un uso que pudiese mermar su valor histórico, cultu­ral y como reserva de vida. El su­ceso dio origen a un movimiento que busca conseguir la declara­ción de Loma Redonda como zo­na protegida.

Durante el cálido verano, su densa vegetación sirve para re­frescar y proteger de los rayos del sol. En el invierno, es una maravi­llosa experiencia para los amantes de las bajas temperaturas.

Turismo comunitario
La Estancia El Potrerito, que se inició como un centro de es­parcimiento familiar, hoy se ha convertido en un interesante proyecto de turismo comunita­rio, todavía en desarrollo. Es­te lugar incluye atractivos de convivencia con la abundan­te flora y la fauna, al igual que facilidades tradicionales, como son: área para eventos, una re­frescante piscina, alojamiento ecoamigable y la rica experien­cia de convivir con la comuni­dad circundante.

Desde El Naranjal se lle­ga con facilidad a otras locacio­nes, incluyendo a Ocoa, Sabana Larga y La Ciénaga, con todas sus dependencias. Esto hace la visita más agradable, pues no se limita a los recursos locales.