A Ramona Amparo Reyes todos la conocen como Carolina, y es así como se le nombrará en esta historia. Quien la ve por las calles o cantando en la iglesia piensa que en su vida todo ha sido color de rosa. Pocos conocen que detrás de su sonrisa plena y de la fe que profesa hay mucho qué contar.

De dormir en el piso, vivir en una casa con suelo de tierra, sufrir ‘bullying’ por ser pobre y usar lentes, hasta ver a su madre María Reyes Jiménez vender por las calles y las escuelas helados, palomitas, habichuelas con dulce, ‘cueritos’, entre otras cosas más, esta joven, hoy de 31 años, logró convertirse en profesional, alcanzar el sueño de cantar y lo más importante, ver cómo su historia de vida ha servido para que otras personas aprendan a vencer los obstáculos que se presentan en el camino cuando las carencias reinan.

La humildad la define. Dice con orgullo que nunca ha olvidado cuando sus siete hermanos: Rosaura, Joel, Randy, Brayan, Brailin, Juan Francisco y Adriana, al igual que ella, le gritaban a su madre: “Mami, tengo hambre”. Eso la entristece, pero le sirve de base para resguardar lo aprendido. “Mi mamá desde pequeña fue trabajadora y con una mente increíble para negociar. Aunque no estudió pudo sacarnos adelante, pese a que recuerdo siempre estaba enferma. Es más, llegué a pensar en un momento que ya no estaría más con nosotros, pero Dios le daba siempre las fuerzas para continuar y poder sacar adelante su familia”. Aquí le brota el orgullo por su progenitora.

Carolina, que gracias a los esfuerzos de su madre y de ella misma, pudo graduarse de ingeniera en informática, con gallardía cuenta: “Somos de Villa Mella, y recuerdo que nos mudamos a otro barrio cercano, en una casa de unos tíos muy generosos, luego mi madre con mucho esfuerzo vendiendo cosas en la calle y llevando san, compró un solar que era más basura y tierra que otra cosa, y mis hermanos y yo nos quedamos con nuestros abuelos maternos, dormíamos todos en el piso, esto fue por un año hasta que mi madre pudiera habilitar la casa, en la cual a medio talle, nos mudamos, en piso de tierra, sin inodoro. Hacíamos nuestras necesidades solo en el tubo que había para instalarlo, no teníamos puertas, nos bañábamos en una ponchera, la casa solo estaba empañetada”. La tristeza se adueña de ella y de quienes conocen esta parte que, aunque cruel, la vive mucha gente en este país.

 

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