El domingo primero de octubre llegué a Nueva York con temperatura en 12 grados y el cuerpo entumecido por el estrés, casi vencido por el agobio y sin ganas de enfrentar una enfermedad letal parasitaria que poco a poco había tomado espacio en órganos vitales de mi cuerpo y sustraído casi todas mis energías.

 

Si alguien al llegar me hubiese preguntado qué deseaba en ese momento, habría respondido sin titubear: ¡Regresar a casa para morir tranquilo! En el avión-ambulancia en que viajé, propiedad de la compañía Helidosa, me acompañaron mis hijos Cesarito, Taína y José Carlos. Oscar se había adelantado a Miami en procura de otras opciones hospitalarias, y Cesarina y Maricielo volaban desde Florida y Hong Kong, respectivamente, donde residen.

Aún en condiciones de extrema debilidad, viajé en un asiento normal del avión –no encamillado ni asistido por oxígeno auxiliar, como se publicó allá–, aunque sí me acompañó una médico de vuelo para prevenir cualquier eventualidad provocada por la altura en cabina presurizada.

Al día siguiente, lunes 2 de octubre, mi estado de ánimo era fatal. Apenas me salía un chorrito de voz escasamente audible y muy difícil de entender, en evidencia de que la enfermedad –cual que fuera–, había tomado también la vía respiratoria y me afectaba ya la laringe y el diafragma.

…Pero a las 9:00 en punto estaba en el New York Presbyterian, junto a mis hijos, frente a una junta de médicos que previamente había evaluado las imágenes radiológicas que llevó mi doctor Víctor Atallah, que esperó mi llegada, y en gesto que jamás olvidaré me acompañó durante los días que duró este primer proceso de estudios inacabables hasta que, por fin, llegó el momento del diagnóstico definitivo.

¡Un carcinoma hepático!
El miércoles 4 de octubre volví a la junta médica encabezada por el doctor Paul G. Lee, director médico del Programa de Asistencia Hospitalaria del NY Presbyterian; la doctora Yvonne Saenger, oncóloga-genetista especialista en investigaciones sobre el origen del cáncer hepático a partir del ADN; el doctor Rafael Lantigua, una eminencia de la medicina interna y médico de cabecera del doctor Peña Gómez hasta el día de su muerte; estaban otros dos especialistas norteamericanos del laboratorio de investigación científica, y mi médico, el doctor Atallah, ampliamente conocido en el ejercicio de la medicina neoyorquina, donde estudió e hizo su especialidad en Cardiología.

 

Acorazado por mis hijos y la garantía de que me encontraba en las mejores manos, escuché sin alterarme el diagnóstico, igualmente ominoso pero que me abría una brecha para pelear por mi vida con la posibilidad de salir airoso si aportaba mi voluntad férrea y la esperanza en Dios… Me aclararon tanto el doctor Lee como la doctora Saenger que se trata de un carcinoma excesivamente violento que extrañamente se había desarrollado con una condición poco común: indoloro, inexpresivo, callado y voraz… Es lo único que explica que se haya expandido tan rápido sin dar ninguna señal de su existencia y que en cuestión de días me haya sacado prácticamente de combate.

La buena noticia era que teníamos oportunidad de combatirlo, de ganarle años a la vida y hasta de eliminarlo completamente, con la ayuda de Dios y la ciencia… Por eso invoqué una oración por mi salud, que ha sido respondida con tanta nobleza y buena voluntad.

Las cosas van muy bien
Gracias a esas oraciones, a la acción acertada y rápida de los médicos y a mi decisión de plantarle cara a esta adversidad, las cosas han marchado muy bien: ayer recibí la tercera infusión de quimioterapia, y aunque sin cabellera luenga que ofrendarle a esta medicación milagrosa, ni siquiera se me ha caído uno solo de los escasos pelos que me quedan.

Mis pruebas analíticas marchan a la perfección: los valores sanguíneos no muestran riesgos, mis defensas siguen altas, el sistema cardiológico no ha sufrido alteración y mi tolerancia a la quimio no ha podido ser mejor.

¡Claro, es una lucha día a día que libro con dignidad. Y si la pierdo, quiero dejar constancia de mi verdad, paso a paso…!

Algunos comentarios

Irma Mercedes Guzman Lopez César Medina mantenga la fe y no hay mayor esperanza y fuerza que ver su familia unida en oración y enfermedad y aunque usted no lo crea son muchos lo que están inclinado en su pueblo orando por su salud !!!!Ya sabe de siempre Dios da lo k el cree k nos conviene no lo que queramos nosotros y no se mueve una hoha sin la voluntad de Dios, usted se levantará y vendrá a su país a dar testimonio …..

Filomena Corporan Corporan Adelante campeón de miles batallas ganadas con gallardía. Esta será una de las que te alzaras con la tea. Dios está contigo… de eso no tengas la menor dudas.