Ella es como los niños que, cuando están frente a alguien que no conocen se muestran tímidos y como “arrinconados”. Eso sí, después que se “sueltan” hay que ponerles un freno. “Hola, buen día”. Se le dijo, y contestó: “hola”. ¿Te sientes mal? La pregunta se le hizo porque su rostro mostraba como dolor. “No”. Respondió sin más. ¿No quieres hablar? “Sí”.

Por ese palo, como se dice en buen dominicano, se duró un buen rato. Eso sí, cuando se le cuestionó sobre el malestar que siente con la sociedad y lo que ha significado por ella ser una exconvicta, ‘cantó hasta la lotería’. “Mire, mi hermana, no hay nadie más hipócrita que la gente. Cuando mi familia iba a verme, me decía: ‘ay, fulana o fulano orando para que tú salgas de aquí’. Embuste to’, nunca fueron a visitarme y cuando salí, ni me miraban, era como que estaban viendo al mismo demonio o como que yo tenía una enfermedad contagiosa”. Esto la entristece y la forma de dejarlo saber es agachando la cabeza por un largo rato.

Con unas lycras negras pegadas a su corpulento