Oliver Stone se mira a sí mismo como la conciencia de América.Premia­do con un Oscar por su primera película, Platoon, de un antimilitarismo beligeran­te, continuó con una saga renova­damente crítica de la política de su país. Nacido el 4 de julio, JFK y Ni­xon cosecharon éxitos de taquilla al tiempo que concitaron el interés por su antagonismo evidente con el relato oficial de los hechos.

Au­tor también de un memorable re­portaje sobre Fidel Castro, al que acompañó durante semanas en un periplo por la isla cubana, en 2013 presentó en el Festival de San Se­bastián su serie de televisión La historia silenciada de Estados Uni­dos. Esta a su vez dio origen a un libro del mismo título, firmado en compañía de su coguionista, el his­toriador y profesor Peter Kuznick. El documental, en 10 capítulos de una hora cada uno, fue trans­mitido un par de veces por RTVE y obtuvo un éxito discreto de au­diencia. Ahora llega a las librerías españolas la segunda parte de su versión escrita, una especie de es­trambote del primer original que analiza las presidencias de Obama y Trump, sin que ninguno de los dos salga precisamente bien para­do.

La tesis fundamental que atra­viesa toda la saga es que Estados Unidos, que nació de una revolu­ción libertaria para su época, po­dría haberse convertido en una democracia medio virginal si no hubiera elegido en ocasión de “la guerra de Cuba y la sangrienta in­tervención en Filipinas” los sen­deros “que impulsaron a Norte­américa a la carrera global de la

 conquista y el imperio”. Por si que­daran dudas de su atroz diagnóstico, señala que “siglos de esclavitud, ge­nocidio de nativos americanos, ex­plotación de obreros y misoginia ya se habían cobrado su precio, pero la re­dención parecía todavía al alcance”.

No se produjo sin embargo y “la nación que fue una vez ejemplo para las democracias incipientes del mun­do se ha convertido en un modelo de disfunción”, en el que prácticamente nada marcha como es debido, la co­rrupción campa por sus predios y el espacio público compartido, que es el señorío de la política, se reduce cada vez más. Es de suponer que estas fra­ses lapidarias pertenecen al impul­so personal de Stone, mientras que las muy extensas notas documenta­les que ilustran el relato son fruto del esfuerzo de su coguionista. Los auto­res se muestran abiertamente críticos contra las versiones oficiales de los he­chos propagadas por la Casa Blanca y los medios icónicos del país. Hacen una defensa no demasiado entusiasta de Snowden, por cuanto gracias a las filtraciones que propició se han podi­do conocer muchos aspectos del lado oscuro de la historia, y se muestran re­lativamente eclécticos respecto al pa­pel de Rusia en la nueva versión de la guerra fría, desatada ya desde ha­ce un par de décadas.

La tesis fundamental parece ob­via: el mundo cambió para peor después de la invasión de Irak, una guerra ilegal que además de causar cientos de miles de muertos hizo retroceder la situación en Oriente Próximo a etapas que se creían su­peradas. La actual guerra de Siria, la intervención activa de Rusia en ella y el desastre general provoca­do en la región es consecuencia de la decisión del trío de las Azores, al que casi ni se le mienta, para be­neficio de Blair y Aznar. La carrera armamentística y la reciente mul­tiplicación de armas nucleares su­ponen en gran parte una respues­ta a la escalada de la OTAN, que ha ampliado sus defensas en el este de Europa. Son decisiones tomadas sobre todo para satisfacer las as­piraciones presupuestarias de las fuerzas armadas norteamericanas.

Mientras se subraya la frustra­ción de los electores de Obama, que no solo fue incapaz de cum­plir lo prometido, sino que cebó la bomba del militarismo imperial, mantuvo los programas bélicos de aviones sin tripulación y amparó el desarrollo de nuevas armas nu­cleares, la opinión sobre Trump es sorprendentemente ambigua. Di­cen más o menos que es un zoque­te fanfarrón, machista, especula­dor y zafio, pero apuntan que su comportamiento, fruto de su ig­norancia o su ingenuidad, se debe igualmente a una cierta tenden­cia suya a pensar que todo es ne­gociable. De ahí su disposición a tratar de solucionar la crisis de Co­rea del Norte en diálogo con Kim Jong-un, a la vez que amenazaba lanzar un ataque nuclear contra Pionyang, lo que habría desatado la tercera guerra mundial.

También sus intentos iniciales de llevarse bien con Rusia, frustrados por la presión del Pentágono y los servicios de inteligencia, y hasta su oferta de diálogo al líder iraní, pon­drían de relieve no solo la inconsis­tencia de su forma de actuar, sino también el hecho de que al fin y al cabo él es alguien dispuesto a verse con todo el mundo (recientemente lo dijo con relación a Maduro). Se­mejante comportamiento errático, incomprendido e inaceptable por quienes controlan el corazón del sis­tema, choca irremediablemente con el poder en la sombra de la verdade­ras cloacas del Estado: los servicios de inteligencia, el complejo militar industrial, los centros de decisión económica y el aparato electoral y mediático. La popular tesis de que en América todo se resuelve con di­nero se demostró, por ejemplo, en el caso de la victoria de Hillary Clinton para su nominación como candida­ta presidencial frente al empeño fra­casado de Bernie Sanders.

El libro aporta una gran canti­dad de documentación e incide co­mo era de esperar en el papel de la nueva China, potencia alternativa al declive americano, aunque no aña­de casi ninguna novedad. Más inte­resante es el análisis que hace de la cuestión de Ucrania y las acusacio­nes directas respecto a la interven­ción abusiva de Estados Unidos, que justificarían de nuevo las reaccio­nes de Putin. En general la obra es un alegato contra la política exterior americana que ofrece “cuerda más que suficiente para colgar a Estados Unidos en lo que a derrocar Gobier­nos atañe, incluidos algunos elegidos democráticamente”. Desde su parti­cular memoria histórica, concita una interesante reflexión sobre el presente y el futuro de la que un día fue la pri­mera democracia mundial.