Aunque lo había ganado todo, incluyendo el León de Oro del Festival de Venecia por su película Pieta (212) y el León de Plata del Festival de Berlín por Samaritan girl (2004), el cineasta Kim Ki-duk no estaba precisamente en el territorio de los héroes del cine coreano, sino que se había transformado en una especie de forajido del sistema. Acostumbrado a trabajar fuera de la industria y muchas veces acusado de excesiva violencia en sus largometrajes, el prolífico director parece haber terminado sus días en una trama que podría salido hasta de su propia pluma: en un hospital lejos de su país, buscando fondos para un nuevo filme, a sólo nueve días de cumplir 60 años.

De acuerdo a la información proporcionada por el director ruso Vitaly Mansky, responable del festival de cine ArtDocFest en Riga (Letonia), y confirmada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Corea del Sur, Kim Ki-duk falleció en la mañana de este viernes 11 de diciembre en un hospital de Letonia como consecuencia de coronavirus. El realizador nacido en la localidad surcoreana de Bonghwa se había trasladado hace unos meses al país báltico con la intención de comprar una casa, adquirir la nacionalidad y estaba en tratativas para rodar ahí una nueva película.

Según el diario especializado Variety, el Instituto de Cine de Estonia (país vecino de Letonia) había rechazado recientemente una solicitud de Kim Ki-duk para realizar una producción que sería co-producida entre Corea del Sur y Estonia, pero que se filmaría en esta última nación. La mala noticia, en cualquier caso, no lo había desanimado (la razón del descarte de la obra fue sólo por llegar fuera de plazo) y Kim Ki-duk esperaba volver a postular en el 2021. La cinta, de acuerdo a la directora del Instituto de Cine de Estonia, tendía el nombre de Rain, snow, cloud and fog.

“Es muy triste que no haya podido hacer la película. La trama parecía muy intrigante, como todas sus historias. Eran cuatro narraciones que se cruzaban y daban lugar a un tejido más grande“, dijo a Variety Edith Sepp, directora del Instituto. “Puede que el estilo de Kim Ki-duk guste o no, pero a nadie deja indiferente”, añadió Sepp. “Era tal vez una mente turbulenta, pero al conocerlo brevemente en el otoño, pudimos ver a un creador fiel a su esencia, a alguien con ojos llenos de pasión al describir su próximo trabajo. En mi opinión, solo quería hacer películas en su vida, nada más “, enfatizaba Sepp.

Kim: la primera línea del cine coreano
Curiosamente el proyecto póstumo del director tiene uno de aquellos títulos que eran su marca registrada, utilizando palabras que se suceden casi al azar y que describen estados de ánimo, períodos del año o conductas humanas. Un ejemplo: la primera película que de él se conoció en Chile fue Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera (2003) y una de sus últimas en el mundo era Human, space, time and human (2018).

Mientras Primavera, otoño, invierno.. y otra vez primavera se llevó cuatro galardones del Festival de Cine de Locarno y abrió los ojos a toda una nueva generación de cinéfilos a los largometrajes que se hacían en Corea del Sur, Human, space, time and human tuvo escasa distribución internacional y su realizador debió enfrentarse a una reprobación unánime de la crítica especializada en el Festival de Berlín 2018, con una conferencia de prensa bastante incómoda por utilizar un adjetivo benévolo.

Antes de que en la década pasada se hicieran conocidos en el mundo cineastas como Bong Joon-ho (Parasite, 2019) o Yeon Sang-ho (Estación zombie, 2016), Kim Ki-duk ya había golpeado la puerta de la globalización cinematográfica con la mencionada Primavera, otoño…, una cinta que era curiosamente atípica en su filmografía y que descansaba en el paisaje de la naturaleza y la reflexión antes que en la violencia o las relaciones afectivas.

En Chile fue un pequeño suceso de cine arte y coincidió también con la irrupción del cine de un compatriota de Kim Ki-duk: ese mismo año Park Chan-wook estrenó Oldboy (2003), largometraje hiper-violento que se llevó el Gran Premio del Jurado en Cannes y que también tuvo distribución en nuestro país. Ambos cineastas lideraron la nueva horneada de directores de Corea del Sur que comenzó a ganar festivales de cine en todo el mundo y donde un joven Bong Joon-ho también aportó con su cinta de culto El huésped (2006).

Su vida
Hijo de campesinos, Kim Ki-duk (Bonghwa, 1960) fue albañil, perteneció a los marines (EE UU y Corea del Sur son los dos únicos países con este cuerpo militar), y estudió pintura y escultura en París de 1990 a 1992 antes de dedicarse al cine: “Decidí hacer cine después de un viaje por Europa. Algo cambió sobre mi percepción de la vida, empecé a cuestionarme muchos prejuicios con los que me habían criado. Al volver a mi país empecé a rodar”. “Para hacer películas”, explicaba en una entrevista con EL PAÍS en 2005 en el festival de San Sebastián, donde presentó El arco, “lo importante es vivir la vida. Para mí ha sido la mejor escuela”.

Su obra
Sus películas, 23 largometrajes, vivieron un fervor festivalero en la primera década del siglo XX. Y devino en una de las figuras de las salas europeas de versión original: “Supongo que las grandes producciones son una tentación para muchos directores. No es mi caso, yo quiero preservar mi idea del cine y aceptar un gran presupuesto significaría asumir una serie de condiciones que no me interesa aceptar. Prefiero trabajar con medios limitados”. Kim, de físico potente gracias a su pasado militar, recorrió durante esos años el continente europeo. Su cine se basaba tanto en la belleza como en una sexualidad que solía derivar directamente a la violencia. Encontraba su mejor material en la sordidez y tensando el alma del espectador, con la idea de dinamitar tabúes. Aunque debutó en 1996 con Cocodrilo, el cineasta entró en el radar de los cinéfilos europeos con La isla (2000). Con esa película se levantó cierta polvareda con dos secuencias de maltrato animal (una rana era golpeada hasta morir y luego pelada, y en otra se mutilaba a un pez). Kim aducía que en Occidente la comida se adquiere sin pensar de dónde viene —ni cómo son sacrificados esos animales— y que seguiría filmando algo que en cambio era natural en su país.

En España Domicilio desconocido (2001) no fue tan popular como Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera (2003), la relación entre un chaval y el monje budista que le educa en un remoto templo flotante. Al año siguiente logró un doblete festivalero formidable: en la Berlinale ganó el premio a la mejor dirección con Samaritan Girl, la historia de una prostituta amateur, y en el certamen de Venecia Hierro 3 ganó un León de Plata y el premio de la crítica, recorrido que siguió con la Espiga de Oro de la Seminci de Valladolid y acabó al ser elegida por la crítica internacional la mejor película del año.

A esos títulos le siguieron, entre otros, El arco (2005), Time (2006), Aliento (2007), Dream (2008), el documental Arirang (2011) —ganador de la sección Una cierta mirada en Cannes—, Amén (2011) o Pieta (2012), León de Oro en Venecia, en donde exprimió su talento para mostrar la violencia en pantalla, lo que también le cosechó criticas calificándole de misógino. “No creo que mis películas sean especialmente intransitables. Si no se entiende algo quizá es que debe verse una segunda vez. Si la segunda vez tampoco ha quedado claro, dele una nueva oportunidad. Todas las películas encierran secretos y esos secretos se van descubriendo poco a poco”, aseguraba. Cuando quiso estrenar Moebius (2013), el retrato de la destrucción de una familia víctima de los deseos incestuosos, el Gobierno de su país se negó a que fuera a salas comerciales, ya que incluía contenidos “perjudiciales para la juventud” y expresiones “inmorales y antisociales”. La asociación de directores coreanos le apoyó en su guerra contra la censura. Sin embargo, finalmente, Kim recortó el metraje para poder mostrarla a sus compatriotas.

Tanta controversia le alcanzó: en 2017 una actriz le acusó de asalto sexual en el rodaje de Moebius. La actriz denunció que le había golpeado reiteradas veces antes de obligarle a participar en una secuencia sexual de la que no había sido informada previamente. Al año siguiente, otras tres actrices le acusaron a él y a su colaborador habitual, el actor Cho Jae-hyun, de agresiones sexuales, aunque no le denunciaron. Del cargo por violencia sexual Kim fue declarado inocente en enero de 2019 por falta de pruebas, no así por el de asalto, que le supuso una pena de unos 4.000 euros. Al ser exonerado, el cineasta demandó a la actriz y a los autores de un documental sobre él, por daños a su imagen, pero perdió en los tribunales. A causa de esas incidencias judiciales, los productores le abandonaron, y ya solo pudo rodar en Kazajistán, donde filmó Dissolve (2019).