Henry James (1843-1916) fue uno de los maes­tros de varias ge­neraciones de escritores. Sus textos siempre referenciados a la visión de sus personajes, más que a los hechos en que se ven envueltos, nos sue­nan contemporáneos.

Diario de un hombre de cin­cuenta años relata la historia de un hombre que, tras haber deja­do a la mujer que pretendía, se en­cuentra décadas después con la hija de ella y un joven que la pre­tende, casi en las mismas circuns­tancias que él con la madre, ya fallecida. Luego de dialogar con ambos, el hombre de cincuenta años comprende que, en lugar de abandonar a esa mujer adorable, confundido por la fascinación que sentía por la mujer, en su momen­to no siguió adelante por miedoso y perdió la única oportunidad de su vida para ser feliz; disfrazados sus temores bajo las banderas de la prudencia, la lógica y la suspi­cacia, en lugar de intentar estar a su lado, terminó por arrojarla a los brazos de un hombre que la hizo desdichada hasta su muerte.

El mentiroso narra el desen­cuentro de un pintor afamado con la mujer que lo rechazó en matri­monio, para casarse con un atrac­tivo y adinerado mentiroso. El pintor no logra asimilar que una   mujer a sus ojos tan perfecta termi­nara en manos de un embustero. Al comprender la situación, deci­de hacerle un retrato para plasmar esa reprochable característica, es­pecialmente porque implica que la amada es su cómplice. Cuando los esposos ven el cuadro, ella com­prende: revelará a su esposo ante el mundo. Éste, enojado, lo destru­ye. Al ser recriminados por el pin­tor, quien no se dejó ver en tal esce­na a pesar de haberla presenciado, los esposos mienten con tal natu­ralidad que el pintor comprende que ha hecho ese cuadro con la in­tención de recuperar el amor de la mujer, pero la realidad se impone y ella se va con su marido, ciertos aquéllos de que han engañado

al pintor.

Ambas novelas cortas tienen en común la mirada de los personajes centrales. Uno cree que no es digno de la mujer amada, el otro cree que puede recuperarla a pesar de la ven­taja que tiene el esposo sobre él: es  guapo, es conversador, tiene dine­ro y es aceptado por todos sus ami­gos como el mentiroso que es, por la simple razón de que saben cómo tratar con él sin dejarse vulnerar por sus mentiras.

Se añade al segundo relato la importancia que el persona­je da al arte por encima de la vi­da: será gracias a su pintura que él espera obtener los sentimien­tos perdidos de la mujer. El ar­te es un medio de revelación. Lo que no puede hacer ante otras personas –desenmascarar al mentiroso y evidenciar la cul­pabilidad de quien lo encubre–, lo consigue con el retrato. Pero es precisamente por su eficacia pictórica que ella lo compren­de tan pronto mira el óleo. Si el mentiroso burla a sus oyentes, el pintor pretende lo mismo, pe­ro sin encarar a él y a todos sus secuaces. Ambos viven la fan­tasía, pero uno usa al arte para sus fines, aunque tampoco se atreve, como el hombre de cin­cuenta años, a enfrentar direc­tamente la situación.

En ambos textos, la pers­pectiva personal, sin impor­tar si es correcta o no, se propo­ne como definitoria hasta que la realidad se impone. Mientras el hombre de cincuenta años com­prende cómo ha perdido su úni­ca oportunidad, sólo que déca­das después, el pintor mira en silencio su debacle interior al ver a la mujer amada eviden­ciar lo mendaz que puede ser pa­ra proteger a su esposo. Así, an­te la pandemia que causa cientos de muertes todos los días, la mi­rada de cada ciudadano parece ser irrelevante. Estamos expues­tos a un contagio tan imprevisto como injusto. Mientras millones de personas deben laborar dia­riamente para dar de comer a su familia, otros millones intentan seguir las reglas de sanidad su­geridas; mientras, los resultados siguen sin tener una lógica. Mu­chos de los recluidos se conta­giaron sin explicación aparente. La imposibilidad de tener la cer­teza del porvenir es mayúscula cuando el enemigo invisible ace­cha de muchas formas, pero todo inicia en la idea de estar protegi­do, de cumplir con las reglas. Co­mo James nos recuerda con sus obras, escritas hace más de un si­glo, nuestra visión interior no de­fine la “realidad objetiva”.

A diferencia del hombre de cin­cuenta años, muchos no tendrán la oportunidad, décadas después, de comprender que su equivocación. La orfandad emocional de los per­sonajes de James empata con quie­nes miran los días de pandemia sin vislumbrar el futuro inmediato. No es necesario tener una amada pa­ra sufrir el abandono. Sin embargo, como postula James, el arte sobre­vivirá, incluso a los errores de vida.