En el barrio Jardim Peri, en Sao Paulo, la humildad recorre las calles de un pueblo obrero en el que muchos jóvenes se han visto obligados a decidir entre fútbol o delincuencia. Entre domar un balón sobre la tierra o amedrentar al más desfavorecido. Gabriel Jesus escogió el primero, consciente de que el segundo era -y sigue siendo- una vía de escape sin proyección de futuro. Arropado por el entorno adecuado, creció enganchado a una sonrisa que evocaba a la de Ronaldinho, ídolo de toda una generación. Su familia, sin embargo, no tenía motivos para la alegría. Vera, su madre, crió en solitario a Jesus y a sus tres hermanos y tuvo que recurrir al pluriempleo para cuadrar las cuentas de una casa más cercana a la pobreza que a la abundancia.

Mientras tanto el joven Gabriel se entretenía con un balón cosido al pie, esperando la hora para desgastar los tacos sobre el terreno: “El jugador que practica solo en hierba no obtiene ese dominio con el cuero”, defiende José Francisco Mamede, el primer entrenador de Jesus cuando ingresó en la escuela Pequeninos do Meio Ambiente. Su labor, tan desinteresada como gratificante, permite alimentar a diario los sueños de muchos niños que se abrazan al fútbol como herramienta de prosperidad: “Lo que más me gusta es subir a mi Volkswagen Escarabajo con once niños para ir a disputar cualquier encuentro”, señala el formador. El mismo coche en el que Gabriel Jesus se abrochó el cinturón años atrás, persiguiendo una ilusión que acabaría convirtiéndose en realidad.

No ha cambiado demasiado su físico delicado, liviano, tan escurridizo como cuando pateaba el esférico en Sao Paulo: “Nos gustaba entrenar en el campo de la prisión militar Romao Gomes en la que no hay ni alcohol ni tabaco a su alrededor”, asegura Mamede, que desvela cómo llamaban a Jesus durante su infancia: “Le conocían como Gabriel Tetinha -significa fácil en portugués-, porque sentía que era superior a todos sus rivales”. Estaba en lo cierto aquel menudo delantero que desequilibraba a base de velocidad, técnica y disparo. Sus actuaciones tuvieron cada vez más impacto, hasta que el Palmeiras llamó a su puerta.

Un salto sin perder el norte

Brasil tenía entre manos a una joya por pulir, probablemente el mayor descubrimiento desde el destape de Neymar. No había sido fácil dejar a un lado sus raíces, a su amigo Fabinho al que lleva tatuado en su pierna derecha, pero la oportunidad que le brindó uno de los clubes más importantes del país le condujo a aceptar el reto. Llegó al Palmeiras con catorce años y pronto se convirtió en la referencia del cuadro ‘verdão’: “A pesar de su talento, no he visto a nadie más centrado en el fútbol que Gabriel Jesus. Es lo más difícil de ver en un chico que sale de la cantera y triunfa. No se ha deslumbrado con la fama”, expuso Zé Roberto en Brasil, con quien compartió vestuario.

Nunca olvidó su procedencia y siempre escuchó el consejo de su madre, su “peor zaguera” tal y como relata el propio futbolista: “Marqué dos goles en un partido y me dejó un mensaje en el contestador en el que decía que debía caer menos en fuera de juego”, explica Gabriel Jesus, que en esa etapa ya había dejado de ser una mera esperanza. Le seguía de cerca Mamede, que habla de su chico como alguien que “tiene una estrella muy grande, salió de un barrio muy pobre y por eso no tiene miedo a nada. Va a adaptarse a la comida, al frío de Manchester y a todo”. Antes de esa primera toma de contacto con Pep Guardiola, no obstante, Jesus se mostró al mundo con una temporada de ensueño al frente del Palmeiras. Devolvió el título de liga brasileño a la entidad tras 22 años de sequía y coronó su trayectoria con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

El City ganó la puja

Con apenas 19 años y con media Europa suspirando por él, Gabriel Jesus se decantó por el Manchester City. O mejor dicho, por Guardiola: “Fue el único entrenador que me llamó personalmente”, confirmó el joven paulista, que agradeció el gesto del de Santpedor. A cambio de más de 32 millones de euros, el club del norte de Inglaterra se hizo con el fichaje de un futbolista que ha aportado alegría según Pep: “Tiene algo especial. Nos ha sorprendido su rendimiento inmediato”, reconocía tras la última victoria de su equipo, con dos goles de Jesus que permitieron al City aferrarse a la tercera posición de la tabla en la Premier League.

Desembarcó en Manchester y pidió el dorsal 33, el mismo que utilizó cuando debutó en el Palmeiras. Una superstición y una demostración de fe evidente, ya que Jesucristo murió con dicha edad y él no esconde su religiosidad. No se le borra el recuerdo de Jardim Peri, como tampoco el de Fabinho e Higor Braga, sus mejores confidentes de infancia y al que acompañaron en su presentación como celeste. Cambió la vida de Gabriel en cuestión de semanas. Pasó de verano a invierno, de Sudamérica a Europa y Guardiola le quitó una de sus costumbres: “No puedo beber Coca-cola”, asegura, puesto que deberá seguir planes específicos para ganar masa muscular en una competición que destaca por su fortaleza física.

Protegido por Mamede cuando corría sin atarse los cordones de sus botas de pequeño, actualmente le flanquean Fernandinho y Fernando en las instalaciones del City: “Estoy contento de tener una amistad con ellos”, subraya Gabriel Jesus, cuya aclimatación está siendo de lo más rápida. Energía renovada para el cuadro de Guardiola, en el que el brasileño ya se ha ganado un lugar gracias a su instinto: “No es fácil dejar a Agüero en el banquillo”, asintió el preparador catalán días atrás. Tres goles, una asistencia y ganas, muchas ganas. Su voracidad es incuestionable, se palpa en cada carrera y le delata su mirada, como cuando subió por primera vez a aquel Volkswagen de Mamede para disfrutar de su gran pasión. Ahora incluso coge un taxi para recorrer los 500 metros que le separan de la peluquería, pero a Gabriel Jesus no se le ha subido el éxito precoz a la cabeza. Tiene claro cuál es su horizonte pero jamás ha perdido la perspectiva de sus orígenes, cuando se rascaba las rodillas en la tierra de Sao Paulo. Aquel niño se está haciendo mayor.