James Hancock mira hacia las colinas y descarta que el fuego venga en dirección a su casa en una reserva indígena, enclavada en un área montañosa en California azotada por un incendio forestal fuera de control.

Decidió desafiar una orden de evacuación de las autoridades para la ciudad de Tollhouse, muy cerca de donde arde el incendio Creek, que ha quemado más de 71,100 hectáreas en el oeste de Estados Unidos desde que comenzó a arder hace una semana. Sus llamas han sido contenidas en apenas un 6%.

Por el barrio se pasean sin rumbo un par de perros negros, que estornudan por el denso humo que se posa sobre la calle. Entre los juguetes y pelotas que hay en los jardines de las casas vecinas, donde también hay autos con los capós levantados, pareciera que la vida se interrumpió de repente… y todo quedó allí.

«No siento que el fuego venga en esta vía», dijo a la AFP Hancock, de 52 años y viviendo en la reserva indígena de Cold Springs Rancheria desde niño. «He estado aquí desde el inicio y aquí me quedo».

Su esposa Eleonore Davis, de 62 años, evacuó al comienzo con sus hijos y nietos, pero se devolvió sola al poco tiempo, antes de que las autoridades bloquearan el paso a las colinas del bosque nacional Sierra, cerca de Fresno, en el centro de California.

El problema es el humo y que no tienen luz -cortada para evitar chispas que puedan avivar las llamas- y en consecuencia, tampoco agua, de la que se abastecen con una bomba eléctrica.

«Nosotros crecimos sin electricidad, sabemos cómo es», recordó entre risas Davis, de cabello liso, negro, sin canas. «Los ancestros no tenían nada de eso y estaban bien», coincidió Hancock.

«Me dio mucho miedo»

En esta comunidad indígena, se quedaron unas 44 familias.

Ronald Bugskin, 50, terminaba de cargar en un tráiler su motocicleta, sierra eléctrica y algunos otros esenciales para estar listo si no quedaba más remedio que evacuar. «Espero no tener que irme», indicó.

Las casas están marcadas con un papel amarillo en el que se lee «evacuado» junto a una X negra. La de Hancock la identificaron con un papel rojo por rehusarse a salir.

Podría incluso enfrentar cargos menores en la justicia, aunque es poco probable.

«La policía ha venido, me ha preguntado sobre los procedimientos de evacuar. Vienen de vez en cuando porque ha habido denuncias de saqueos», otra razón para quedarse, señaló.

Una pick-up blanca del consejo tribal pasa por la casa para darle un botellón de agua potable. Más temprano, otro vecino llega para informarle que los bomberos cortaron la maleza en la montaña y que es casi imposible que el fuego se dirija hacia la comunidad, tal y como Hancock predijo.

Daniel Ramey, portavoz del equipo de bomberos asignado al Creek, dijo estar consciente de que evacuar «es frustrante y nada divertido» para los locales.

Pero «recomendamos siempre a la gente que salga si están en una zona de emergencia», insistió. «Hasta que un incendio no esté 100% contenido… puede cambiar de dirección».

Hancock tiene viviendo en su comunidad desde los cinco años, y con unos 11, recuerda que hubo otro gran incendio.

Davis también tiene memoria de aquel fuego, aunque dice que «nunca como éste».

«Me dio mucho miedo cuando vi el reflejo del fuego en la montaña. Me dio mucho miedo», indicó.

Ambos tienen una mochila lista en caso de que tengan que salir, aunque solo en el peor de los escenarios, que por ahora descartan.

Entonces, se sientan en el porche de la casa donde han vivido 30 años, despreocupados, viendo las cenizas caer como nieve y que ella barre, en vano, cada tanto.