Si hubiera estadísticas sobre besos y abrazos, seguramente veríamos que están en mínimos históricos. Muchos, sin embargo, han podido mantener su ración diaria de caricias porque tienen a su lado a un amigo peludo con derecho a achuchón.

Puede parecer una cuestión menor, pero no lo es. Los sociólogos hablan de una pandemia de soledadprovocada por los confinamientos, y los neurólogos señalan que la privación del sentido del tacto provoca ‘hambre de piel’, una carencia que afecta a nuestro estado emocional: tocar y que nos toquen regula nuestro equilibrio hormonal porque aumenta la oxitocina, una hormona relacionada con la felicidad; y baja el cortisol, lo que reduce el estrés.

En 2019 había 6,7 millones de perros en España y 3,8 millones de gatos. Un perro por cada tres hogares, un gato por cada cinco. Todo apunta a que esas cifras se han quedado cortas durante el infame 2020. En el patio de la cárcel perimetral que está siendo tantos días el barrio, el municipio o la comunidad, miles de personas se han animado a convivir por primera vez con una mascota ahora que teletrabajan o, sencillamente, pasan más tiempo en casa. ¿Cuántas? Es pronto para saberlo. Habrá que esperar a que la Fundación Affinity publique su estudio anual sobre abandono y adopciones. Pero ya hay indicios de que se pueden alcanzar registros nunca vistos. Uno es que faltan vacunas (y no, por una vez no estamos hablando del coronavirus). Este desabastecimiento se debe, entre otros motivos, al incremento de animales a los que se debe inmunizar por el aumento de adopciones y de mascotas en los hogares durante la pandemia de COVID-19.

Situaciones inauditas en las protectoras
¿Se trata de un espejismo producido por una situación excepcional? ¿O es la consolidación de un fenómeno que viene de lejos? En otras palabras, ¿ha estrechado el coronavirus nuestra relación con nuestras mascotas? Algo inaudito sucedió en marzo. Una protectora de Salamanca mostraba sus jaulas vacías. En un país donde se abandonan 180.000 perros y 120.000 gatos cada año era como para frotarse los ojos. Aquella imagen esperanzadora no se repitió en otros lugares porque llegó el estado de alarma y toda la actividad no esencial se paralizó. Las protectoras dejaron de entregar animales en adopción; bastante hacían con cuidar de los que ya tenían…

Durante aquellas semanas de confinamiento domiciliario se vio a los propietarios de perros con mascotas? ¿Cuál es su poder que recurrimos a ellas en momentos de angustia? Nuestra relación ha evolucionado a lo largo de la historia. Una relación de la que los humanos nos hemos beneficiado mucho (los animales no tanto). En fin, ¿por qué somos tan amigos?

Primero, por interés (mutuo). Nuestra amistad con los perros se remonta a hace unos 40.000 años, cuando empezamos a jugar con los cachorros menos ariscos de los lobos. Nos han ayudado a cazar, a controlar los rebaños y a vigilar los asentamientos. Les hemos pagado alimentándolos con nuestras sobras. Esta relación basada en la cierta envidia: con la excusa de sacarlos a pasear podían darse una vuelta. Personas adquirían perros con el fin de burlar el aislamiento. Un vecino coruñés alquilaba el suyo por franjas de 15 minutos. Aquello no pasó de triste anécdota. En realidad, abundan los ejemplos de solidaridad. La protectora madrileña El Refugio creó una unidad para el rescate de mascotas de personas hospitalizadas o fallecidas a causa de la COVID-19.

El poder emotivo
¿Pero qué nos aportan las utilidad se prolongó hasta el siglo XX. Con los gatos llevamos menos conviviendo, unos 12.000 años, cuando se inventó la agricultura y acudieron a los graneros a zamparse los ratones.

Segundo, por la buena compañía. El vínculo afectivo ya existía, pero era algo excepcional. Tener un animal solo por su compañía era cosa de nobles y burgueses. De hecho, los habitantes de Londres sacrificaron a medio millón de mascotas durante la primera semana de la Segunda Guerra Mundial por pragmatismo: uno menos del que cuidar durante los bombardeos y al que alimentar en tiempos de racionamiento. Y en Alemania no se prohibió hasta 1986 que perros y gatos acabasen en los mataderos para carne.

Más tarde descubrimos sus propiedades terapéuticas. En los años sesenta, el psicoterapeuta Boris Levinson observó que algunos de los niños que acudían a su consulta en Nueva York se cerraban totalmente. Solo se relajaban cuando jugaban con su perro Jingles. Con este hallazgo puso los cimientos de la intervención asistida con animales. Muchos estudios han corroborado desde entonces los efectos positivos de las mascotas en la salud psicológica de sus dueños, comparable al uso de antidepresivos.

También valoramos el estatus. A veces, demasiado… La obsesión por las razas (hay unas 400) ha disparado los cruces selectivos para exagerar algunos rasgos. Resultado: un montón de enfermedades caninas. Muchos bulldogs son tan cabezones que solo pueden nacer con cesárea y tienen la tráquea tan estrecha que apenas pueden respirar. Y en las razas grandes cada vez hay más displasias de cadera y torsiones gástricas. Los teckel, los simpáticos perros salchicha, se lesionan con frecuencia si suben una escalera…