Más de dos mil millones de seres humanos están hoy en capacidad de comunicar noticias e ideas de manera directa e inmediata, gracias a la formidable explosión de medios electrónicos, auditivos y visuales, que le han arrebatado a la prensa escrita y tradicional el monopolio de la información que tuvo por siglos.

Ahora las noticias se difunden primero por vía de las redes sociales del internet, lo que ha creado una diversidad de audiencias que, según la generación a la que pertenezcan, revelan sus preferencias y exponen las realidades que tocan y afectan sus modos de vida.

Armados de este poder de comunicación, esas audiencias tienen la capacidad de influir con sus quejas y sus aspiraciones en las decisiones del gobierno o en las prioridades de una sociedad, ejerciendo de hecho una especie de periodismo ciudadano que cada día se populariza y se fortalece.

Al impulso de esta tendencia, los medios impresos también giran sus focos hacia el núcleo de esas pulsaciones ciudadanas para mantenerse conectados con estas audiencias, amplificando sus efectos.

En la medida en que los medios impresos se involucran  en la médula de estas realidades y saben interpretar el sentido de estos reclamos también se hacen partícipes de esta especie de periodismo ciudadano, obligando a los gobiernos a asumir la agenda que lleva a las soluciones o a la pronta atención de las necesidades del pueblo.

La prensa tradicional tiene en el periodismo ciudadano un filón de fortalezas para preservar su nivel de influencia, siempre y cuando sepa reflejar la verdad y las razones de esas legítimas aspiraciones del ciudadano y abordarlas con profundidad, seriedad y objetividad.

Por eso es más visible ahora el empeño que ponen los medios para ejercer un periodismo comprometido con las aspiraciones del gran conglomerado, dejando de lado la abrumadora dependencia de las fuentes oficiales, el declaracionismo si o rampante de los que solo “dicen y no hacen” y el bulto parasitario del politiquerismo.

Lo esencial es ir a los problemas del ciudadano, descubrirlos e influir en los cambios de rumbo o de modelo que contribuyan a resolverlos.

Este es uno de los retos mayores del periodismo impreso, ahora entroncado con el digital: el de conectarse con estas aspiraciones de los grupos consumidores de información sin perder de vista la calidad y la profundidad de sus contenidos, que es el soporte de su indiscutible credibilidad, el signo de identidad que no tiene rivales en otros medios del actual ecosistema de las comunicaciones sociales.