Acaba de nacer, con apenas una hora de vida, todavía no tiene nombre, pero ya sufre la huella de ser huérfana. Amina, su madre, ha muerto por una hemorragia posparto, una de las principales causas de muerte materna. Una causa evitable. En el hospital de Gambo, al sur de Etiopía, dar a luz es jugarse la vida, nacer es un reto y sobrevivir un desafío.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, más del 99% de las muertes maternas en el mundo son evitables con los recursos y conocimientos disponibles. Más del 99% de las madres que mueren lo hacen en los mal llamados países en vías de desarrollo, más de la mitad en África subsahariana. En Etiopía, por cada 100.000 niños nacidos vivos, mueren 216 mujeres, estima el Banco Mundial. Cada día son más de 800 las que se dejan la vida durante el alumbramiento.

El embarazo es fisiológico. No es ninguna enfermedad. Sin embargo, mata. Si más del 99% de las muertes de madres, jóvenes en su gran mayoría, es evitable y prevenible, y no lo hacemos, somos cómplices.

“Estoy estudiando Medicina porque quiero salvar vidas y mejorar la salud de mi país. No quiero que ninguna mujer tenga que morir por dar vida”. Es la voz de Meseret, una joven de mirada radiante y despierta. Una joven promesa. Pero no está sola. Junto a ella más de 40 miradas que se reafirman. Jóvenes, inteligentes, con iniciativa, voluntad, coraje, valentía, dispuestas a salvar vidas. En estas aulas de la facultad de Medicina de Adís Abeba está el futuro.

No quiero seguir con el discurso de la Etiopía miserable. Es cierto que faltan recursos, pero no es menos cierto que Etiopía está apostando por la educación y la sanidad cómo lo muestra la apertura en los últimos años de cientos de hospitales y universidades por todo el país. Quiero hablar de la Etiopía que viene pisando fuerte, la de Meseret y cientos de mujeres.