Desde la escalinata nordeste del Alcázar observo, junto a mi hijo Alexis, la calle en pendiente: es la Cuesta de la Atarazana, con sus casas pintadas de blanco y farolas en las fachadas. Pese al constante paso de vehículos y su estacionamiento a un lado, por su aspecto se convierte en atractivo paisaje urbano. Es la vía de la Ciudad Colonial que, según califica Kin Sánchez Fernández, fue la ‘primera calle comercial de América’, porque en ella se establecieron ‘los comercios más importantes de la ciudad’. A su vez, María Ugarte relata, en su libro “Monumentos Coloniales”, que en los siglos XIX y a comienzos del XX, la Cuesta de la Atarazana se había convertido en una arteria comercial importante. En ella tuvo una ferretería el padre de Juan Pablo Duarte: Juan José Duarte Rodríguez, fallecido en 1843. Estaba ubicada en la casa número 2 (cita ‘Santo Domingo, Llave de las Indias Occidentales’). Ya en el siglo XX abundaban las tiendas de ropa propiedad de comerciantes árabes que, señala Ugarte, la gente llamaba. ‘Apéame uno’.

BACINILLAS
Entre las tiendas había una especializada en loza y quincallería propiedad de Bernardo Santín quien, conforme relata Kin, en ‘Guía de anécdotas, cuentos, crónicas y leyendas de la Ciudad Colonial de Santo Domingo’, sufrió una noche tamaño susto porque ‘al filo de las 12, se presentó una comisión del Santo Oficio –la temida Santa Inquisición- en su casa del sector de Santa Bárbara’.

‘Le conminaron a desenvolver’ un bulto en específico, de varios que había sacado de la aduana a última hora la tarde anterior, por lo cual no había tenido tiempo de abrirlos. ¡Vaya sorpresa cuando vio lo que dicho bulto contenía! Eran unas bacinillas de porcelana que en el fondo tenían pintado el sagrado Corazón de Jesús y el sagrado Corazón de María. Santín, que era un ‘católico devoto y cumplidor de las reglas’, amén de ‘caritativo y solidario’, se imaginaba, sin embargo, que