Opresivas, aterradoras, angustiosas: las pesadillas son sueños especialmente perturbadores. Ello se convierte en un problema cuando la persona sufre pesadillas lo bastante frecuentes e intensas como para que se altere la parte de su vida cotidiana que se desarrolla estando despierta. Concretamente, se suele considerar que las pesadillas intensas son patológicas cuando ocurren con una frecuencia de más de una por semana.

 

Entre los síntomas de que el problema se ha vuelto patológico destacan la fatiga diurna, la alteración del estado de ánimo y la ansiedad.

 

Aunque hay terapias que han demostrado cierto grado de eficacia, algunos pacientes no responden a estos tratamientos.

 

Una distinción importante es entre las pesadillas de origen traumático (es decir, vinculadas a un estado de estrés postraumático) y las pesadillas sin origen traumático. Tratando el estrés postraumático, es posible acabar con las pesadillas del primer tipo. Con las del segundo tipo, puede ser más difícil hallar la forma adecuada de tratamiento.

 

Unos científicos han desarrollado una estrategia prometedora para combatir más eficazmente el problema que sufren las personas que al dormir sufren pesadillas lo bastante frecuentes e intensas como para que ello constituya una patología y sin que exista una causa clara que sea tratable.

 

La terapia clásica y más comúnmente empleada para combatir las pesadillas requiere que los pacientes imaginen resultados alternativos y positivos a sus escenarios de pesadilla cada día durante cinco o diez minutos. Tras dos semanas de práctica, se ha demostrado que la frecuencia de las pesadillas disminuye.

 

Sin embargo, en algunos pacientes esto no funciona. Para superar esta limitación y potenciar el proceso de tratamiento, el equipo de Lampros Perogamvros y Sophie Schwartz, del Departamento de Neurociencias Básicas en la Universidad de Ginebra (UNIGE) en Suiza, ha combinado esa terapia clásica con otra técnica.

 

En esta otra técnica, enviando estímulos específicos al cerebro de la persona dormida (a menudo olores o sonidos previamente asociados a experiencias positivas recientes) es posible reforzar el recuerdo de esas experiencias. En este caso, el objetivo es reactivar los recuerdos relacionados con los ejercicios mentales que el paciente ha realizado en la terapia clásica.

 

El Dr. Perogamvros y sus colegas reunieron a 36 pacientes que padecían pesadillas de origen no traumático. Se formaron dos grupos: uno para practicar la terapia clásica combinada con la técnica de refuerzo, y el otro solo la terapia clásica.

 

El equipo de investigación pidió a los pacientes que imaginaran escenarios alternativos positivos a sus pesadillas. Sin embargo, las personas del grupo en el que se aplicó la técnica de refuerzo realizaron este ejercicio mientras escuchaban un sonido (un acorde agradable de piano) cada diez segundos. El objetivo era que este sonido se asociara con el escenario positivo imaginado. De este modo, cuando el sonido volvía a sonar, pero ahora durante mientras la persona soñaba, era más probable que reactivara un recuerdo positivo durante ese sueño, impidiendo que se convirtiera en una pesadilla.

 

A continuación, cada participante recibió una cinta para colocarse en la cabeza cuando se fuese a dormir. La cinta contenía electrodos que medían la actividad cerebral. En casa, gracias a este dispositivo que detectaba las diferentes etapas del sueño, la grabación del acorde de piano se repetía cada diez segundos cada vez que el paciente alcanzaba la fase del proceso de dormir conocida como sueño de movimientos oculares rápidos (sueño REM por sus siglas en inglés), durante la cual típicamente soñamos. El ejercicio se repitió cada noche durante dos semanas.

 

Al final del experimento, la frecuencia de las pesadillas disminuyó en ambos grupos, pero significativamente más en el grupo en el que se asoció el escenario positivo con el sonido. E incluso en este último grupo se registró un incremento de los sueños positivos (no calificables como pesadillas ni como sueños neutros).