ELGRAFICODELSUR.COM.–  Comenzaré diciendo algo en lo que a buen seguro todos coincidimos. Todos queremos un mejor futuro para nuestros niños y jóvenes. Todos anhelamos un mejor presente para nuestras familias y un porvenir seguro y en paz. Creo que también podemos todos coincidir en la preocupación por el momento actual que vivimos. Parece que la crisis se ha enquistado entre nosotros y nos quejamos. Con razón nos quejamos. Basta con asomarnos a los medios de comunicación; o visitar nuestros barrios, o sencillamente poner la mirada en nuestra familia y en las familias que nos rodean… para darnos cuenta la cantidad de cosas que no están bien. Tenemos motivos para quejarnos, sin duda, pero podríamos también tener en cuenta una frase de san Agustín llena de sabiduría: “Nosotros somos los tiempos; como nosotros seamos, así serán los tiempos”.

Recogida por la tradición y publicada en diarios y revistas en el siglo XIX leemos este pensamiento atribuido a Juan Pablo Duarte: “El amor de la patria nos hizo contraer compromisos sagrados para con la generación venidera; necesario es cumplirlos, o renunciar a la idea de aparecer ante el tribunal de la Historia con el honor de hombres libres, fieles y perseverantes”.

Muchos siglos de historia separan las palabras del santo obispo Agustín de Hipona a este pensamiento de nuestro patricio. Pero yo quiero ver en ellas un cierto paralelismo porque en ambos casos descubrimos una profunda conciencia de que el presente y el futuro se construyen desde la suma de decisiones personales. La sociedad, por lo tanto, será el resultado de nuestros compromisos, de nuestras acciones y de los valores que las sustentan. Y siempre será bueno recordar que muchos de nuestros padres y abuelos sembraron árboles cuyos frutos nunca probaron pero que nosotros hemos disfrutado.

Estas reflexiones que comparto con ustedes tienen como objetivo despertar en la conciencia de todos la convicción de que construir la patria es una tarea de todos; y convencer que esa construcción debe hacerse desde los valores de la integridad, la honestidad y la generosidad. Creo que Juan Pablo Duarte nos ofrece con su vida y acciones una gran oportunidad para imitarlos. No creo que sea perfecto porque perfecto sólo es Dios y el maestro de maestros siempre será Jesucristo, nuestro Señor. Frente a la inconsistencia de nuestros esfuerzos que encuentran justificación en una sociedad carente de principios y motivaciones éticas, nuestro patricio nos enseña que la perseverancia es el único camino. Y frente a la justificación de la mediocridad y aún de acciones no éticas que se amparan en una globalización de la corrupción y los intereses particulares por encima de los comunes, Juan Pablo Duarte nos muestra desde la propia realidad que nuestra vida será importante sólo si no nos dejamos arrastrar por las maldades que están enquistadas en nuestra sociedad.

Escuchemos estas palabras del patricio. Fueron escritas desde Caracas en el 1865 en una carta dirigida al entonces Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno Provisional Restaurador de Santiago. Leemos: “No he dejado ni dejaré de trabajar a favor de nuestra santa causa haciendo por ella, como siempre, más de lo que puedo; y si no he hecho hasta ahora todo lo que debo y he querido, quiero y querré hacer siempre en su obsequio, es porque nunca falta quien desbarate con los pies lo que yo hago con las manos”. Se manifiesta en estas palabras la realidad conocida por todos: la empresa libertaria de Juan Pablo Duarte tuvo detractores que hicieron muy difícil su culminación. Y a pesar de ello, fue la perseverancia lo que permitió ser llevada a cabo. Así, en el camino de la honestidad, encontraremos situaciones difíciles; y personas a las que les molesta la integridad del comportamiento, sencillamente porque pone en evidencia las carencias morales y cívicas de quienes no ajustan su conducta a los principios de honradez y altruismo que son los que verdaderamente hacen grande a una persona. Bien dice el evangelio de san Juan en su prólogo refiriéndose a Cristo: “La luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no las recibieron”.  En el evangelio de san Mat. 5, 16 leemos: “Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro padre que está en los cielos”.

Creo que todos los que tenemos una función pública estamos llamados a encender nuestra luz. Será una tarea de todos, pero se antoja impostergable para revertir una situación oscurecida por la corrupción y las prácticas deshonestas. En su carta a Félix María del Monte, leemos: “El buen dominicano tiene hambre y sed de la justicia a largo tiempo….” Habrá que concluir de estas palabras del patricio Juan Pablo Duarte que la honestidad, la claridad y la transparencia en la administración pública califican al buen dominicano. Creo que en esto todos estamos de acuerdo.

Pero el problema no es conceptual. La realidad nos habla de comportamientos que nada tienen que ver con lo que el patricio llama “un buen dominicano”. Como algo paradójico podemos decir que nunca ha sido utilizado el nombre de Dios de forma tan amplia y extendida, aunque me temo que tendremos que reconocer que de igual modo nunca el segundo mandamiento de la ley de Dios ha tenido tanta vigencia: No tomarás el nombre de Dios en vano.

No estoy aquí para condenar, ni para hacer afirmaciones que de manera gratuita puedan manchar la honra de las personas. Trato únicamente de invitar a todos, comenzando por mí, para que podamos mirarnos en el espejo de Juan Pablo Duarte y descubrir desde sus valores y motivaciones, un impulso que nos ayude a ser luz. Primero desde nuestra vida personal, y después desde las posibilidades que nos permite el rol social que desempeñamos o la función pública que se nos haya encomendado. En el mismo párrafo de la carta a Félix María del Monte, parafraseando las palabras bíblicas leemos: …”!Ay! de los que tuvieron oídos para oír y no oyeron, de los que tuvieron ojos para ver y no vieron….la Eternidad de nuestra idea”. Duarte se refería a la idea de una patria verdaderamente libre e independiente. Seguramente en su pensamiento estuvo siempre presente el deseo de que la libertad conquistada fuera Eterna. Podemos, creo que legítimamente, interpretar también este deseo como un proyecto en permanente construcción. Muchos otros lo hicieron antes. Muchos le han dado la espalda a este esfuerzo. Ahora nos toca a nosotros. Es nuestro momento.

A propósito de esta responsabilidad para con la patria, leemos de nuevo estas palabras del padre de la patria: “Lo poco o lo mucho que hemos podido hacer o hiciéramos aún en obsequio de una patria que nos es tan cara y tan digna de mejor suerte, no dejará de tener imitadores; este consuelo nos acompañará en la tumba”. Grandes palabras de un gran hombre, sin duda. Nos ayudan a comprender que el empeño no es negociable y que la responsabilidad tendrá sus frutos ya sea porque nuestras acciones sean eficaces o bien porque contribuirán a crear una cultura de integridad que en algún momento se dejará ver. El buen ejemplo nunca será una siembra perdida. En algún momento, en alguna persona florecerá. No podemos sustraernos a esta tarea porque cuantos más seamos quienes vivimos de manera íntegra y honesta, más fácilmente se abrirá paso la cultura de la vida, de lo justo, de la igualdad de oportunidades, de la convivencia pacífica, del bienestar. ¿Quién no ha pronunciado en alguna ocasión el que a mi juico es uno de los más sabios y profundos aforismos de Juan Pablo Duarte, “Sed justos lo primero si queréis ser felices”? Este se encuentra en la carta que escribiera en 1869 desde Caracas a José Gabriel García.

Creo que en este caso, la palabra justo hay que entenderla en un sentido amplio. No se refiere únicamente a la aplicación de la justicia como elemento normativo de la vida en sociedad. Se refiere también a la manera de ser y actuar. Ser justo es respetar y cumplir las leyes por supuesto, pero también aplicar en la gestión pública y privada los procedimientos que sean más convenientes para la convivencia social. Ser justo es respetar los derechos de las personas. Ser justos es gestionar las funciones públicas de manera honesta y transparente. Ser justo es aplicar la autoridad de manera ecuánime y prudente. Ser justo es vivir del trabajo honesto. Ser justo es rechazar cualquier actividad o procedimiento que suponga malversar o lucrar con los bienes que son de todos. Ser justo es privilegiar el bien común por encima del bien particular. Ser justo es impedir, desde la función pública encomendada, cualquier uso indebido del patrimonio de la nación. Ser justo es renunciar a cualquier actitud que con el amparo del poder, presiona, moldea y utiliza las instituciones para beneficios particulares o partidistas.

Esta alusión a la justicia entendida como estilo de vida y fundamento del comportamiento Juan Pablo Duarte la asocia a otro valor fundamental; la unidad. No es temerario pensar que en la concepción del patricio el ser justo en el actuar habrá de tener como fruto la unidad, es decir la paz. En el mismo párrafo el patricio sugiere que desde la justicia y la paz se desactiva la discordia y se logra una patria, según sus propias palabras “Libre y salva”. Es posible que sea esta una exégesis del texto un poco forzada. Pero es incuestionable que nuestra sociedad sería mucho más luminosa si se adoptara la justicia en todas nuestras acciones. Tenemos derecho a soñar, y en ese sueño la corrupción, el clientelismo político, la injusticia, la violencia en todas sus formas, la inequidad, las prácticas deshonrosas en la gestión pública y privada, la impunidad, el “juegavivo”, el “dónde está lo mío”, la depredación del medio ambiente…. se irían apartando para dar paso a la convivencia pacífica, al respeto de los derechos de todos y a un bienestar cuyo mayor obstáculo lo constituyen aquellos que desprecian con sus actos deshonestos y corruptos los valores que hacen posible una vida digna y una esperanza de futuro.

La vida y obra de Juan Pablo Duarte nos presentan episodios que evidencian una personalidad forjada en valores. Voy a dejar a un lado la influencia de la fe religiosa en la construcción de estos principios que impulsaron su proyecto no porque sean irrelevantes, sino porque entiendo que la fe religiosa es un derecho que si bien es fundamental no puede ser de obligación. La responsabilidad en el desempeño de las tareas cotidianas se fortalece desde la fe, pero no se supeditan a ella. Por decirlo de otra manera. La responsabilidad social, el respeto a la ley y la honestidad de las acciones no obligan sólo a los creyentes; más bien debemos pensar que compete a todos por el sólo hecho de ser ciudadanos. Estoy convencido de que los principios del cristianismo inspiraron a nuestro patricio. Hay muchos datos que lo confirman. Pero estoy aún más convencido que los valores que impulsaron la vida y obra de nuestro patricio pueden y deben ser asumidos por todos, sean o no creyentes, como una obligación moral y de conciencia por el sólo hecho de ser ciudadanos. Esta obligatoriedad es mucho más perentoria en el caso de quienes ostentan una responsabilidad en la gestión pública, en los cargos electivos, en los responsables de instituciones del Estado, en los poderes públicos contemplados por la ley, en los que administran bienes y propiedades del Estado.

Desde luego hablamos de personas, con nombres y apellidos. Instituciones, poderes públicos, gobiernos elegidos en los procesos electorales…. Todos los procesos administrativos están ejecutados por personas, individuos. Sin importar la dimensión de la corrupción, que es mucha sin duda, la honestidad será siempre una tarea personal. Es verdad que deben existir mecanismos de control, protocolos de actuación en la gestión pública, pero en definitiva, estos mecanismos son diseñados, supervisados y ejecutados por individuos. La conclusión es la misma: la responsabilidad es en todas las circunstancia una decisión personal. Y creo que es importante insistir en este punto porque fácilmente se justifican acciones dolosas e inmorales desde el relativismo imperante que parece admitir que si el mal es de muchos, no es tan malo. Vivimos inmersos en una cultura que hace del fraude un monumento a la astucia. El estudiante que pasa un chivo deja de ser fraudulento para convertirse en una persona viva y astuta. El funcionario que se aprovecha de su puesto no es corrupto, sencillamente aprovecha la oportunidad para no pasar por pendejo. El ciudadano que infringe la ley o no cumple con sus obligaciones no es mal ciudadano, es ante todo una persona que se impone por encima de las normas y hasta puede lograr un cierto nivel de prestigio entre los que le rodean. El que consigue burlar la legalidad o vive amparado en los resortes del poder para conseguir con impunidad beneficios personales conculcando los derechos de los demás no es un cualquiera, es el modelo a seguir porque tiene éxito, le va bien y disfruta de muchos privilegios.

Estoy seguro que en estas palabras están advirtiendo un claro tono de ironía. Por supuesto que sí. Tan sólo quiero reflejar una realidad que está presente en la vida diaria. Y ante esta realidad es necesario elegir de qué lado estar. Y es una decisión personal y convencida que sólo la suma de decisiones personales motivadas por la integridad y la honestidad podrá revertir esta situación. Estoy de acuerdo en mejorar los mecanismos de control y las normativas y leyes que ayuden en ese sentido, pero todos esos procesos dependerán siempre de la voluntad que las personas involucradas en ellos tengan de hacerlos eficaces. No es una tarea fácil asumir la integridad como estilo de vida. El que les habla no lo hace por creer que ya lo ha conseguido. Si lo hago es porque estoy convencido que es un proyecto de vida que merece la pena; y porque será la mejor contribución que podemos dejar detrás de nosotros.

Retomemos la vida y obra del padre de la Patria. Juan Pablo Duarte creyó en este proyecto de vida y logró motivar a muchos otros para que creyeran en él. Su objetivo final, su sueño de una identidad, la dominicana, con una patria libre y soberana lo conocemos. Si la figura de nuestro patricio fuera analizada desde los modelos de éxito actuales, pensaríamos que fue un fracasado. Y pido disculpas por la expresión. Los últimos años de su vida son los menos documentados. Sin patrimonio, en un país extranjero y prácticamente en el olvido. Así terminó su vida en Caracas un 15 de Julio de 1876.

Sin embargo, lo que sembró a lo largo de su vida fue suficiente para que lo consideremos como el más ferviente defensor de la dominicanidad y lo recordemos con orgullo y admiración. En definitiva, no es lo que se consigue en bienes, poder y dinero lo que hace que recordar a las personas, sino lo que sembraron en valores a lo largo de su vida. La figura de Juan Pablo Duarte se convierte así en un referente moral para el pueblo dominicano. La historia, entendida como la realidad de los hechos que constituyen la realidad de un tiempo determinado, siempre dará pie a una interpretación de los acontecimientos. Como figura histórica el padre de la patria ha sido y será objeto de interpretación. Se podrá discutir si tal o cual decisión fue más o menos oportuna y acertada; si tal o cual decisión fue más o menos el resultado de una decisión heróica y valiente o fruto de la debilidad propia de los humanos. A una persona se le ha de valorar por su trayectoria, más que por una u otra acción aislada. Juan Pablo Duarte no fue perfecto. Creo que no es una ofensa admitirlo ni mengua por ello la grandeza de su proyecto y de su obra. Pero en mi opinión, no se puede dudar que sus motivaciones fueron altruistas del más alto calibre; que sus principios éticos fueron íntegros y lo que es tal vez más relevante; sus acciones fueron orientadas por los valores de la honestidad, la honradez, la justicia, la generosidad, el bien común, la unidad, la concordia, la libertad y el amor a la patria.

Todos conocemos el episodio singular de la rendición de cuentas del General Juan Pablo Duarte. Al finalizar la campaña del sur el 12 de Abril de 1844. Como todos sabemos este momento está debidamente plasmado en un documento de la época. En él observamos la relación escrupulosa de los gastos realizados en la campaña y la entrega del dinero sobrante de un total de mil pesos entregados al patricio. Sabemos que Duarte ejerció también como tesorero de las sociedades que él mismo fundó. Podemos concluir que en todos estos casos fue un funcionario ejemplar. Todos los que tienen bajo su responsabilidad la gestión de los fondos públicos en cualquier instancia del Estado tienen en esta manera de proceder un espejo donde mirarse. Vemos con estupor e indignación infinidad de casos de corrupción administrativa. La inmensa mayoría de ellos quedan impunes y otros, se pierden en los subterfugios de la administración de la justicia, muchas veces corrupta también. Los espacios de la gestión pública son hoy más que nunca oportunidades para que delincuentes de cuello blanco hagan fortuna con el patrimonio de la nación. Cada uno podrá poner el nombre de los casos y de las personas que crea. “Las cosas del Estado –dijo en algún momento el patricio – deben manejarse con honradez, y la política debe ejercerse con desinterés económico, justicia y patriotismo”. Palabras estas que fueron acompañadas por los hechos.

Tenemos la sensación de que la lacra de la corrupción es una guerra perdida y aunque podemos encontrar indicios y personas que todavía permiten mantener la esperanza, sigue siendo una tarea demasiado grande que sólo podrá ser enfrentada por hombres y mujeres grandes en principios y convicciones rectas. Que Dios bendiga a estas personas y la patria así lo reconozca.

La vida y obra de Juan Pablo Duarte, vista desde la perspectiva de los valores que la fundamentaron, encuentra en la renuncia a la presidencia de la República un claro ejemplo de altruismo político. La interpretación histórica nos permite reconocer que esta decisión estuvo marcada por varias situaciones. Es posible que las circunstancias hicieran muy difícil y tal vez imposible asumir esta tarea y la renuncia fuera la única alternativa. Pero no se puede negar que también pesó en ella de manera determinante la prudencia y la voluntad de salvaguardar la paz y la convivencia de la nación. Y otro elemento importante a tener en cuenta es también el hecho de que en el pensamiento de Duarte el poder legítimo debía venir de la elección popular. En todo caso, el hecho de la renuncia, a mi juicio, supone una actitud que bien merece ser reseñada. La política, en palabras del patricio, “es la ciencia más pura y la más digna, después de la Filosofía”. Creo que, en la concepción del patricio, la pureza y la dignidad son atributos de la política porque ejercida rectamente, es una oportunidad para servir a los mejores intereses de la patria.

Y así debiera ser. La realidad nos muestra sin embargo lo contrario. La política se ha constituido en un trampolín para el beneficio personal y una actividad que proporciona poder, enriquecimiento ilícito e impunidad. Más allá de las palabras y los discursos lo que vemos en cada proceso electoral el accionar nos muestra el afán por conseguir el poder por cualquier vía. El clientelismo político ha sido asumido como una garantía de perpetuación en el poder con el consiguiente costo económico y social. Se violenta la Constitución sin pudor pero si a base de dinero público. Se renuncia a las ideas para bailar con la música que más suena. Se utilizan los cargos públicos para el enriquecimiento en muchos casos y para disfrazar fortunas mal habidas en otros. Se sirve da política para conseguir espacios de representación social, que aunque sean pequeños, sirven para negociar grandes beneficios. El liderazgo político haría bien en poner su mirada en el espejo de Juan Pablo Duarte. Con todo, y como en todos los ámbitos de la vida, es justo reconocer a quienes hacen del ejercicio político una oportunidad para servir a los mejores intereses de la patria. Juan Pablo Duarte dijo: “Las cosas del Estado deben manejarse con honradez, y la política debe ejercerse con desinterés económico, justicia y patriotismo”. Dios bendiga a estas personas y la patria así lo reconozca.

A lo largo de estas reflexiones, hemos hecho alusión a los últimos años de la vida de Juan Pablo Duarte. No es el final que él hubiera deseado. Hasta podríamos decir que el destino fue injusto y cruel después de una vida llena de sacrificios. Creo que es parte de su grandeza. Tenemos en la historia muchos casos similares. A los grandes personajes de la historia se les recuerda por lo que sembraron. Nuestro Señor Jesús nos lo enseña. Su vida histórica finalizó en el fracaso de la cruz pero la siembra que realizó creció de manera inimaginable y sigue dando frutos. Juan Pablo Duarte será siempre recordado por lo que sembró. Eso es lo que nos toca, sembrar. Si la semilla que sembramos es buena, los frutos llegarán. Tal vez no los veamos, pero habremos empleado la vida en algo que merece la pena.

 

Por Juan José Zaro Ucar