Nacieron y vivieron para servir, hasta su decadencia total hace más de 40 años. Eran hombres ilustres, una especie de ciudadanos irrepetibles en la dignificante vocación de servicio a favor de sus desfallecidas comarcas.
Se trata de los cuasi olvidados servidores honoríficos de los gobiernos municipales que hacían sintonía con otros que ejercían dirección en entes privados y formas variadas de entidades sin fines de lucro.
Si bien son ya nada más que parte de la historia de una época dorada, un momento ideal cuando aquella gente aun creía en la pureza del alma, en algunos espacios del país el servicio honorifico, si bien ya no en los cabildos, aún vive.
Un caso específico ocurre ahora en Azua, nuestra vecina sureña, dando frutos y negándose a abandonar todo lo humano que cargan sus acciones.
De su parte, la intención de los regidores sin paga era, básicamente, el cuidar en todo lo que pudieran para aportar al mayor beneficio del municipio y procurar su prosperidad y tranquilidad.
En 1805, después de que el general haitiano, Jean Jacques Dessalines, incendió la ciudad durante un intento de ocupación por la incipiente nueva república colindante, el poblado banilejo fue reconstruido en parte y, en 1810, se instaló su primer Ayuntamiento, en la calle Nuestra Señora de Regla.
Desde allí empezaron a desempeñar su labor generosa nuestros concejales,