Una de las más representadas escenas de la mitología sobre los estragos que deja la pasión no correspondida la representa Tiziano en “Venus y Adonis” (1520) con una audaz composición en la que el maestro veneciano muestra a una mujer cegada por el amor y que se lanza desesperada tras su amado, pero Adonis la rehúsa.

Un tema del que hizo varias versiones, como la realizada para Felipe II con pequeños cambios para que no resultara demasiado atrevida. Una mujer desnuda de espaldas al espectador mostrado en un primer plano sus nalgas, la parte precisamente del desnudo femenino más erótico para la época, una provocación a la que añade otra de gran audacia: presentarla además tomando la iniciativa en el ruego amoroso, en un airado pero estéril, último intento de por retener al amado, escena que recrearon también Carracci y Veronés. 

TRES  BESOS DE PINTURA : HAYEZ, KLIMT Y MUNCH

Uno de los cuadros románticos más populares, “El beso” (1859) del veneciano, Francesco Hayez, aporta a una sencilla escena amorosa,  simbólico del romanticismo y que sirvió para representar a Italia en la Exposición Universal de París.

Vino a ser una alegoría de la alianza franco-italiana, precisamente cuando Italia apoyó ese mismo año a Napoleón III en su guerra con el imperio austrohúngaro, gesto por lo que recibió la ayuda francesa, decisiva para la unificación de Italia. 

Existen varias versiones, donde se modifican los colores. En una, el joven viste de verde y rojo que, junto con el blanco de otra tela, refieren la bandera italiana, mientras que el azul y el blanco del vestido de la chica, combina con el rojo de las medias de su amado, dando los colores de la enseña francesa. El amor patriótico, el romanticismo con sus ansias de independencia, servido en el beso de dos enamorados.  

Pero para besos famosos en pintura, el del austriaco Gustav Klimt. A caballo entre el simbolismo y el art nouveau, en “El beso” (1907-1908), los cuerpos de los amantes, profusamente decorados, parecen fundirse en uno solo. Él besa a la joven en la mejilla, que sujeta con ambas manos. Un cuadro y un pintor que llegó a ser tachado de casi pornográfico en la Viena a finales del XIX. 

Puede que se trate del  propio Klimt junto a su cuñada Emilie, y su musa, no se sabe con certeza si  amantes, pero si la mujer más importante de su vida. Tuvo un taller de modas que le decoró el propio Klimt. 

Klimt pintó decenas de desnudos de mujeres, cambiando de modelo constantemente. Para captar el amor usa sus amarillos y dorados brillantes, hasta entonces exclusivos de lo religioso, como el  dulce y dorado  universo donde habitan los amantes cuando se funden en su abrazo. 

La mujer, idealizada o no, es protagonista también de la obra de Edward Munch. Santas, vírgenes o por el contrario seductoras y perversas, esa mujer fatal que gusta de tentar y seducir al hombre para luego traicionarlo.  “Es entonces cuando el hombre se convierte en el sexo débil”, escribe Munch. Un hombre sumiso, vencido, al que la mujer envuelve con su roja cabellera hasta que “le enmaraña el corazón” para atraparle. Así sus amantes se funden en imágenes cada vez más abstractas.  

Su mala experiencia con las mujeres, quizás porque tampoco encontró el amor, ni tuvo hijos, algo que le atormentó siempre, hizo plasmar ese lado frustrante del amor: el desengaño, algo así como “la gloria a las puertas del infierno” cervantina.