A fines de los años 90, el dominicano Sammy Sosa habría ganado por barrida las elecciones para alcalde de Chicago o incluso para gobernador de Illinois.

Hoy no sacaría ni un voto.

El otrora jardinero derecho de los Cachorros ocupó a fuerza de batazos y carisma el vacío de ídolos que quedó en la Ciudad de los Vientos, cuando Michael Jordan se retiró del baloncesto para probar suerte en el béisbol.

Sosa, el hombre que junto a Mark McGwire salvó al béisbol en 1998, está tácitamente desterrado, tanto por los Cachorros, como por las Grandes Ligas. AP Photo/Brian Kersey

Hoy posiblemente pase inadvertido si camina por la céntrica Avenida Michigan y no precisamente por su drástico cambio de apariencia, sino por el doloroso ostracismo al que ha sido condenado.

Sosa, el hombre que junto a Mark McGwire salvó al béisbol en 1998, está tácitamente desterrado, tanto por los Cachorros, como por las Grandes Ligas.

¿Por qué? Creo que eso lo imagina todo el mundo. Entonces, esa no es la pregunta correcta.

¿Por qué mientras Barry Bonds y Roger Clemens ganan cada año votos que los acercan más al Salón de la Fama de Cooperstown, Sammy sobrepasa a duras penas el cinco por ciento requerido para permanecer en las boletas al menos hasta la próxima vez?

 

Estadísticas extraordinarias

Sosa es el único bateador en la historia con tres campañas con más de 60 bambinazos (66 en 1998, 63 en 1999 y 64 en el 2001).

Ante todo, echemos un vistazo a los números del quisqueyano, más que suficientes para merecer la inmortalidad.

En 18 campañas, 13 de ellas con los Cachorros, tres con los Medias Blancas, dos con los Rangers y una con los Orioles, Sosa despachó 609 cuadrangulares, para ubicarse en el noveno lugar de la lista de todos los tiempos.

Es el único bateador en la historia con tres campañas con más de 60 bambinazos (66 en 1998, 63 en 1999 y 64 en el 2001).

Disparó 2,408 imparables en 8,813 turnos, para average de .273, con slugging de .534 y OBP de .344.

Anotó 1,475 carreras e impulsó 1,667. Entre 1995 y 2003 remolcó 100 o más. Fue Jugador Más Valioso de la Liga Nacional en 1998, estuvo siete veces en el Juego de las Estrellas y ganó seis Bates de Plata.

 

Pero…

Al igual que Bonds y Clemens, sobre Sammy siempre pesaron las sospechas de consumo de esteroides para mejorar su rendimiento.

Al igual que Bonds y Clemens, no hay pruebas palpables de que las haya usado, más allá del cambio de físico repentino que de la noche a la mañana lo convirtió en la versión dominicana de Arnold Schwarzenegger.

Que se sepa, Sosa nunca dio positivo en ningún control antidopaje, entre otras razones, porque en la época en que castigaba con saña a los lanzadores rivales, no existía en las Grandes Ligas una política para controlar esas sustancias que hoy son prohibidas.

Es lo mismo que puede alegarse en los casos de Bonds y Clemens (y muchos más): lo que no está prohibido está permitido, aunque sea moralmente dudoso.

En un país de derecho como Estados Unidos, uno es inocente hasta tanto se demuestre lo contrario y es cuando menos hipócrita tratar de manera diferente a personas que actuaron de la misma manera.

¿O es que la justicia se levanta la venda de sus ojos cuando le conviene? ¿Por qué a unos sí y a otros no?

 

El bate con corcho

El 3 de junio del 2003, Sammy Sosa usó un bate relleno con corcho, que habitualmente utilizaba en las prácticas antes de los partidos para darle más show a los fanáticos con conexiones estratosféricas.

El 3 de junio del 2003, Sammy Sosa atravesaba por un preocupante slump y apeló a la trampa para tratar de recuperar su paso ofensivo.

En una medida desesperada, durante un juego interligas de los Cachorros ante Tampa Bay, el dominicano usó un bate relleno con corcho, que habitualmente utilizaba en las prácticas antes de los partidos para darle más show a los fanáticos con conexiones estratosféricas.

Pero tuvo la mala fortuna que el bate en cuestión, con un bote superior a los normales debido a ese relleno, se partió y el árbitro Tom McClelland descubrió el fraude.

Llamemos las cosas por su nombre: trampa. Por las razones que haya sido, fue una trampa.

Sosa nunca intentó ocultar ni deshacerse del bate con corcho cuando se rompió.

El toletero tenía otros 76 bates en su casillero que fueron minuciosamente examinados con rayos X y ninguno de estos tenía un relleno de corcho.

Se revisaron también los bates que Sosa había donado al museo del Salón de la Fama de Cooperstown y esos también estaban limpios, por lo que se concluyó de que se trató de un incidente aislado, ilegal, condenable, pero aislado.

Curiosamente, el umpire McClelland fue el mismo que en 1983 le anuló un jonrón a George Brett, de los Reales de Kansas City, al considerar que había un exceso de alquitrán en su bate para favorecer el contacto con la pelota.

Fue igualmente un incidente aislado que quedó en lo anecdótico y no satanizó a Brett, elegido en 1999 a Cooperstown.

Como tan aislada fue aquella escupida de Roberto Alomar a la cara del árbitro John Hirschbeck, sorprendente en un jugador que mantuvo una trayectoria impecable a lo largo de su carrera y terminó también inmortalizado en el Salón de la Fama.

Como esos hay muchos ejemplos más.

 

¿Pedir perdón por qué?

Y ahora el dueño de los Cachorros, Tom Ricketts, sale a ponerle condiciones a Sammy para abrirle las puertas de regreso a la organización.

“Los jugadores de esa época (de los esteroides) nos deben un poco de honestidad”, dijo Ricketts el pasado 13 de enero durante el FanFest del 2018. “La única forma de pasar esa página es poner todo sobre la mesa”.

Caramba, señor Ricketts, ¿cómo le da la espalda a un ícono de la franquicia y contrata como coach de bateo a Manny Ramírez, un reincidente en el uso de esteroides cuando ya estas sustancias estaban prohibidas y se había establecido una política antidopaje en las Grandes Ligas?

El viento sopla en contra de Sosa y con fuerza de huracán.

Entiendo (en parte) a aquellos miembros de la Asociación de Escritores de Béisbol de Estados Unidos (BBWAA) que no voten por ningún candidato que esté bajo sospecha de esteroides.

Y digo en parte, porque si las propias Grandes Ligas no han definido una política uniforme sobre cómo manejar este tema, no deberíamos nosotros tomarnos esas atribuciones y jugar a ser Dios.

Lo que realmente no entiendo es por qué aquellos que han votado por algunos sospechosos, incluso convictos como Manny Ramírez, no lo hacen por otros, como Sosa y Gary Sheffield, otro con números dignos de Cooperstown y que al igual que el dominicano, apenas raya el cinco por ciento en los sufragios para mantenerse un año más en la boleta.