Nos quieren. Lo sospechábamos
y ahora lo
sabemos con certeza,
está científicamente
comprobado: los perros
nos quieren. Una de las evidencias
se acaba de obtener en la Universidad
de Emory, en Atlanta (Estados
Unidos): investigadores del Departamento
de Cognición Animal entrenaron
a perros para que se quedaran
quietos dentro del túnel de una máquina
de resonancia magnética. Luego
los expusieron a diferentes olores:
de otros perros, de personas desconocidas
y de sus dueños. El olfato es
una herramienta infalible para ellos.
Mientras que los humanos tenemos
unos seis millones de receptores olfativos,
ellos tienen 300 millones. Los
perros huelen constantemente, cinco
o diez veces por segundo.

Los investigadores de Emory midieron
las respuestas cerebrales
de los perros de su experimento a
través de imágenes de resonancia
magnética funcional. Y sí, cuando
olían a sus amos, se activaba el centro
de recompensa de sus cerebros.

Este estudio de neuroimagen
muestra cómo el cerebro de los perros
procesa el olor y cómo se activa
de manera especial cuando se
trata de alguien ‘querido’. Nos quieren
bastante, además: los perros
utilizados en este estudio, cuando
olían a su amo, priorizaban el seguir
ese rastro.

Son unos quince mil añõs juntos,
y en ese largo tiempo se ha producido
un proceso de adaptación.
La cara de pena que ponen cuando
hacen una ‘trastada’ es producto
de esa prolongada relación. Cuando
llegamos a casa y descubrimos
que nuestro perro ha destrozado la
pata de una silla, lo regañamos y él
reacciona con una mirada irresistible
y ojillos de culpa. Eso nos parece
a nosotros, que siente culpa.
¿La siente? El Laboratorio de Cognición
Canina del Barnard College
ha realizado un experimento para
averiguarlo.

Los investigadores colocaron
una golosina perruna en una habitación.
Los participantes -14 perros
con sus dueños- entraron allí
por turnos. El perro veía la golosina,
pero su amo le ordenaba que
no se la comiera. A continuación,
el dueño salía de la habitación. El
perro se comía el premio. El dueño
regresaba a la habitación. ¿Tenía
el perro cara de culpa? Unas veces
sí, otras no. Dependía de la reacción
del amo; de si lo regañaba o
no. Conclusión: la cara de culpa no
es porque sienta haber hecho algo
mal, sino porque su dueño lo riñe.
Nuestra reacción tiene consecuencias
sobre ellos.

El poder de su mirada
Lo de ‘poner caras’ es más científico
de lo que parece. En la mirada,
los perros y los humanos somos parecidos. Los perros tienen un músculo
en las cejas, el levator anguli oculi
medialis (elevador del ángulo medial
del ojo) mucho más desarrollado que
su pariente salvaje, el lobo. Al perro
este músculo le permite abrir
más el ojo y enseñar la esclerótica
(la membrana blanca del
ojo). Así ponen cara de pena y
nos ablandan.

Un equipo liderado por Juliane
Kaminski, de la Universidad
de Porstmouth (Gran
Bretaña), ha estudiado el
asunto de la mirada canina
que nos hace derretirnos y
concluye que los canes levantan
las cejas para establecer
una especie de vínculo comunicativo
con nosotros y que
ese gesto se debe a que sus antepasados
comprobaron que,
al hacerlo, obtenían cierto tipo
de recompensa. «Cuando un perro
sube las cejas, provoca en los humanos
un deseo de cuidarlos. Esto da
a los perros que suben las cejas con
más frecuencia una ventaja evolutiva
sobre los demás perros. Lo cual serviría
para reforzar esa característica
en las generaciones futuras», explica
Juliane Kaminski. Su equipo hizo
un experimento con perros y lobos y
comprobó que, después de estar más
de dos minutos con un humano, los
canes levantaban las cejas con mayor
frecuencia e intensidad que los lobos, lo cual daba a entender que existía
algún tipo de vínculo comunicativo
entre los perros a la hora de levantar
las cejas.

Los perros que mejor se adaptaron
al trato con el hombre sobrevivieron
mejor y se reprodujeron
más. Si colaboraban con los humanos,
tenían acceso a mejor comida
y cobijo. Nos ayudamos mutuamente
a cazar, a cuidar el ganado,
a proteger la casa… Luego, nos
los llevamos a las ciudades y en los
años sesenta los metimos del todo
en nuestras casas: pasaron de
la caseta del jardín a la colcha de
nuestra cama gracias al invento del
collar antipulgas. Ahora hay en España
unos doce millones de perros
domésticos. Las mascotas se han
convertido en ‘familiares’ mimados
en los países desarrollados: solo
los estadounidenses se gastaron
en ellas el año pasado unos mil millones
de dólares.

Su adaptación a nosotros ha sido
tal que sus habilidades de comunicación
se han transformado. Se
han ‘humanizado’. «El etólogo húngaro
Adam Miklosi ha concluido en
un estudio que los perros han perdido
gestos de comunicación canina,
de habilidad para entenderse
con otros perros, a cambio de comunicarse
mejor con nosotros»,
explica Batyah Ben-David, etóloga
del Servicio de Comportamiento
Animal de la Universidad Complutense
de Madrid. Allí tratan a
perros que padecen estrés postraumático
y ataques de pánico, lo que
«demuestra que tienen recuerdos y
emociones», cuenta Ben-David.

«Los perros captan todo tipo de
cosas», dice Juliane Kaminski. Los etólogos de la Universidad Eötvös Loránd, en Budapest, hicieron un experimento para calibrar cuánto les importa a los perros la reacción de sus amos. Les enseñaron dos objetos: uno les gustaba y otro no. Luego, sus amos mostraron su predilección por el objeto no preferido de sus perros. Y les volvieron a hacer elegir. Los canes no cambiaron su elección, pero los resultados sugirieron que los perros percibieron la preferencia de sus dueños y eso los perturbó en cierta manera.

Una empatía condicionada
También sienten empatía, aunque condicionada. En el Instituto de Investigación Messerli de Viena han calibrado la habilidad de los perros para comportarse de una manera colaborativa; han estudiado si ayudan a otros sin necesidad de ser recompensados y los resultados son muy interesantes. Colocaron a dos perros en jaulas contiguas, una de ellas tenía un mecanismo por el que proporcionaba comida a la otra jaula. Cuando los perros se conocían entre sí, el perro que podría facilitar comida al otro lo hacía con regularidad, pero cuando se trataba de un desconocido lo ignoraba. Ayudan a los ‘amigos’.

Les gustan los sonidos alegres
Otro objeto de estudio es su ligazón con nosotros. Existe y es sólida. «Se ha desarrollado un sistema en el que ambas especies atienden las señales mutuas. El vínculo con su propietario es mucho más importante para los perros que para otras mascotas», añade Juliane Kaminski.

Una de las universidades europeas más activas en el estudio del comportamiento animal es la de Eötvös Loránd. Han estudiado la actividad cerebral de los canes ante distintos sonidos humanos y perrunos (voces, suspiros, ladridos, gruñidos…). Una sorpresa de los resultados es que su cerebro y el nuestro procesan los sonidos vocales con carga emocional de una forma similar. Los sonidos alegres iluminan su corteza auditiva y la nuestra.