Iba a comenzar la carrera en Singapur y yo me mordía las uñas en el sillón delante del televisor. Por primera vez desde que se celebra este gran premio, la lluvia regaba la pista a falta de cinco minutos para la salida. Nervios, carreras, caras de preocupación, gestos de incertidumbre… Confieso que, por primera vez desde que dejé la Fórmula 1, sentí ganas de narrar esa carrera. Me sorprendió la decisión de no efectuar la salida detrás del coche de seguridad. Si en algún sitio había que hacerlo, teniendo en cuenta los antecedentes y la actitud timorata de Charlie Whitting en los últimos años, era aquí. El cambio demostraba que todas las veces anteriores se habían equivocado y habían robado al espectáculo un buen chute de adrenalina. ¿Habrán hablado de esto la FIA y Liberty Media?

A falta de dos minutos llegó mi mujer para contarme algo y yo la dije que me dejase solo. La vi levantar las cejas con gesto de «este tipo está muy mal del tarro», pero con mi estado de excitación no quise entrar en polémicas y ella tampoco. Preferí imaginar lo que podía estar pasando por cada una de las cabezas que estaban dentro de sus respectivos cascos en esa parrilla. Vaticiné que la salida iba a ser un caos, pero no tenía claro quién iba a salir trasquilado de ese infierno. Cuando se apagó el semáforo vi que Sebastian Vettel salía mal y me le imaginé llegando a la primera curva en medio de una jauría de coches sin agarre en sus ruedas. Él debió pensar lo mismo y sólo así se entiende su maniobra de echarse a la izquierda en la recta. Supongo que trató de evitar hacer la trazada de la primera curva por el exterior arriesgándose a que alguien se lo llevase por delante. Lo que no valoró Seb fue el hecho de que el coche que tenía a su izquierda era el de Max Verstappen que, como ya he dicho alguna vez, es de la cofradía del: «chufla, chufla, que como no te apartes tú…».

Es curioso que en esta ocasión hasta él trató de apartarse, pero, ironías del destino, no había sitio por dónde hacerlo. El resto ya lo conocen: Enganchón con Kimi Raikkonen, carambola con Vettel, los dos Ferrari fuera de combate y las opciones por el campeonato del alemán muy perjudicadas. Y en medio de todo esto surgió una imagen que sólo duró una décima de segundo. Quizá si les coincidió un parpadeo en ese instante, se la perdieron. Es justo antes del abandono de Vettel, en medio del caos de la primera curva, cuando se ve pasar primero al Ferrari dañado del alemán, después al Mercedes de Lewis Hamilton y… ¡al McLaren de Fernando Alonso! Tristemente no pude ni llegar a alegrarme del todo. No había salido todavía la orden de mi cerebro que le pedía a mi corazón que latiese con más fuerza cuando vi cómo se lo llevaban por delante Verstappen y Raikkonen. Fue eso, una décima de segundo de emoción que acabó más tarde en un «no power» de los de siempre, aunque esta vez la culpa no fue de Honda.

Seguro que muchos se estarán preguntando: ¿Y si…? No, no tengo ni idea de lo que hubiese pasado. Puede que Fernando hubiese subido al podio o que el motor se hubiese parado o quién sabe, Singapur fue una carrera muy larga y muy complicada donde pudieron pasar muchas cosas. Además, no se puede vivir con «y sis» y quizá por ello esta semana se ha hecho oficial la ruptura de McLaren con Honda. Porque no se puede seguir con el «¿y si Honda hace un buen motor para 2018? ¿Y si Honda acierta esta vez?» Más que nada porque está en el aire otro «y si» que es muy importante: «¿Y si Alonso se marcha?» Alonso aún no ha contestado, pero yo creo que dirá que sí.

En medio de la carrera, escucho las radios de los pilotos. Todos con un mismo mensaje: «Dejadme solo». La lluvia, las ruedas que se gastan, gestionar la batería para defenderte del que te está respirando en la nuca, los muros que pasan a un milímetro de tus ruedas y tú conduciendo un coche al que le sobra potencia para conducir dentro de una ratonera. Singapur con lluvia es como montar en un caballo pura sangre al galope dentro de una tienda de porcelanas. Lo último que quieres es que te hablen. Tienes que tener mucha cabeza, mucha serenidad, mucha confianza y mucho tacto para no cometer un error. Y ahí estaba Daniel Ricciardo (otra vez) y ahí estaba Carlos Sainz gritando que le dejasen solo en la carrera más importante de su vida. Para mí dos pilotos muy parecidos. Sin aspavientos, sin movimientos violentos, sin mostrar agresividad, pero sin equivocaciones y llevando el coche a casa siempre. Dos estrategas de conducción fina y precisa que se crecen en condiciones dantescas. La mejor carrera de Carlos por resultado, aunque ha habido otras incluso mejores. Un cuarto puesto que huele a gloria en un fin de semana que le va a cambiar la vida. Su marcha a Renault, que espero sea cuanto antes, es el premio a su constancia, a su esfuerzo, a su sacrificio. Ha sabido ser paciente y cerrar la boca cuando lo que le pedía el cuerpo era gritar. Ha preferido apretar los dientes y tirar para delante cada vez que se ha llevado un golpe. Muchas veces invisible, pero siempre ahí. Nadie le ha regalado nada, todo lo ha conseguido él. Y como he dicho muchas veces, llegar a la Fórmula 1 es terriblemente difícil, pero lo peor no es llegar, lo complicado es quedarse.

Por cierto, me he enterado de que Lewis Hamilton se ha hecho vegano. No come carne ni pescado, pero en Singapur le dio un gran mordisco al campeonato. A éste sí que, poco a poco, le están dejando solo.