Casi una cuarta parte de la tierra del hemisferio norte tiene bajo ella permafrost (tierra, sedimentos y material pétreo mezclados con hielo en el subsuelo). Hay grandes extensiones de permafrost en Alaska, Siberia y el Ártico canadiense, donde las persistentes temperaturas gélidas han mantenido aprisionados en el permafrost restos de plantas y animales descompuestos, ricos en carbono.

Se calcula que hay más de 1.400 gigatoneladas de carbono atrapadas en el permafrost de la Tierra. Una gigatonelada equivale a mil millones de toneladas. A medida que el calentamiento global avanza y el permafrost se descongela, este carbono podría liberarse y escapar a la atmósfera en forma de dióxido de carbono y metanodos gases con efecto invernadero, amplificando significativamente el cambio climático global. Sin embargo, es muy poco lo que se ha sabido acerca de la estabilidad actual o pasada del permafrost.

Ahora, unos geólogos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Estados Unidos, el Boston College de Estados Unidos y otras entidades, han reconstruido la historia del permafrost en el último millón y medio de años. Los investigadores analizaron depósitos en cuevas del oeste de Canadá y encontraron pruebas de que, entre 1,5 millones y 400.000 años atrás, el permafrost era propenso a descongelarse, incluso en las latitudes altas del Ártico. Desde entonces, sin embargo, el deshielo del permafrost se ha limitado a las regiones subárticas.

Los resultados sugieren que el permafrost del planeta pasó a un estado más estable hace unos 400.000 años, y que desde entonces y hasta prácticamente hoy ha sido menos susceptible de descongelarse. En este estado más estable, el permafrost probablemente ha retenido gran parte del carbono que ha acumulado durante este tiempo. Todo apunta a que ha tenido pocas oportunidades de liberarlo gradualmente.