Es sábado por la noche y Junior Jorge, vicepresidente ejecutivo de La Vereda Wedding Planner, trabaja con diligencia en la reorganización de una boda. El enlace, pautado originalmente para mayo, ha sido pospuesto para inicios del 2021 ante la incertidumbre generada por la pandemia del coronavirus que causa COVID-19.

No se trata de un caso aislado. Desde mediados de marzo, cuando el Gobierno impuso medidas de confinamiento para tratar de contener el virus en el país, la firma dedicada al diseño y planificación de bodas de destino ha cancelado cinco eventos, entre corporativos y nupciales. A esto se suma la reprogramación de sesiones de fotos, un servicio muy demandado para estas fechas en el rancho que la empresa posee en San José de Ocoa.

El final de marzo coincide con el inicio de la primavera, una época pico para las actividades sociales, entre ellas las bodas, dice Lorren Abbott, tesorera de la Asociación de Bodas y Eventos de la República Dominicana (ABERD). La Semana Santa y el receso de primavera para los estudiantes norteamericanos abren la oportunidad para que las familias se reúnan y eso motiva la celebración de reuniones.

Estadísticas de la Oficina Nacional de Estadística (ONE) así lo reflejan. Según el anuario estadístico del 2017, después de diciembre y enero, marzo registra la mayor cantidad de matrimonios con 4,282.

Pero las cosas han cambiado de repente.

“Desde mediados de marzo no se celebran bodas, y hay algunas suspendidas hasta nuevo aviso”, cuenta Abbott, de la firma Florenzza Eventos. “Esto deja el sector sin ingresos y todas las personas que trabajan para bodas están sufriendo las consecuencias. La industria de los eventos está totalmente paralizada”.

De acuerdo con esta experta, por cada invitado a una boda, trabajan 2.5 personas. Eso incluye floricultores, floristas, decoradores, empresas de alquiler de equipos (carpas, sonido e iluminación), personal de entretenimiento, modistas, estilistas, maquilladores y negocios de servicio de alimentos.

“Ahora mismo estas personas no perciben ningún ingreso”, afirma.

Para las parejas que soñaban compartir ese gran día junto a familia y amigos queda una sensación de frustración. Jorge señala que, además de orientar a los novios en el proceso de reorganización de su enlace, en su firma han tenido que darles apoyo emocional.

 

Reprogramar la boda: una tarea compleja

El tiempo para organizar una boda varía dependiendo de la prisa y la situación de la pareja, pero en algunos casos toma desde tres meses hasta uno o dos años. Hay detrás una logística y una gran cantidad de personas involucradas.

Suspender un evento de esta magnitud (eso es lo que la ABERD está recomendando) implica buscar nuevas fechas disponibles, coordinar otra vez con los suplidores e invitados, rehacer las invitaciones… en fin, modificar el programa general de la boda.

La tarea, reconoce Abbott, resulta compleja, ya que hay eventos pautados desde septiembre hasta diciembre y eso limita la disponibilidad para las celebraciones pospuestas.

Y, según Jorge, implica modificar todo el presupuesto de la actividad. “Estamos sujetos a la modificación (en la tasa) del dólar”.