La derrota me obsesiona. En todos sus matices, hay algo al final del fracaso que te regala paz. Es justo ese instante lo que me trastorna, el momento en que te rindes o te superan. Ese equilibrio inesperado que llega cuando todo se rompe es maravilloso.

Leo en la revista Elle una entrevista a Sharon Stone. Para ella el fracaso no es una derrota, sino un aprendizaje: «He fracasado en las facetas más importantes de la vida. Y, ¿sabes qué? He recogido los trozos, me he recompuesto y he seguido adelante». Impacta que quien confiesa algo tan tremendo (fracasar en todo lo importante) sea la viva imagen del éxito.

Stone tiene 63 años aunque en las fotos parece una mujer de 30. Está magnífica, esplendorosa e imposible. Es sencillamente imposible tener ese físico con esa edad, aunque mirarla me emboba.

Acaba de publicar sus memorias, ‘The Beauty of Living Twice’, y en la entrevista asegura que se siente «feliz como una mujer madura», porque ha tenido «grandes oportunidades de estar muerta». «Me siento fantástica vieja y viva. Hagámonos a la idea de que está muy bien ser mayor e inteligente». Ella sabe de lo que habla, sobrevivió a un ictus aunque los médicos le dieron un 1% de posibilidades de superarlo.

Algunos necesitan sentir el aliento de la muerte para empezar a vivir; y otros, el sabor de la derrota. Hay verdaderos adictos al fracaso. Caen una y otra y otra vez. Están tan acostumbrados que ni siquiera se atreven a soñar, a imaginar la posibilidad de que algo les pueda salir bien. De alguna forma y sin saberlo, siempre van directos a ese abismo. Es en ese esfuerzo, en esa lucha, por más encarnizada que sea, donde más notan la vida.

Lo difícil es rendirte. Ese es el momento en que por fin te reconcilias contigo mismo, cuando te perdonas. Justo ese instante de después de la batalla, ese lugar, es lo que te da la paz. La serenidad que viene después de la derrota.

El fracaso tiene la capacidad sorprendente de borrarlo todo, de reducir el ruido hasta dejar solo el murmullo de lo realmente importante. Escuchas ese susurro un rato y luego, ¡oh sorpresa!, todo sigue igual. La vida continúa ahí, para que puedas volver a fracasar.