La enfermedad de Alzheimer (EA), que afecta a más de 800.000 personas solo en España según datos de la Sociedad Española de Neurología, es la forma predominante de demencia en ancianos. Uno de los principales problemas a los que se enfrentan médicos y pacientes a la hora de abordar su tratamiento y prevención es la dificultad de detectarla precozmente. De hecho, se calcula que entre un 30 y un 40 % de los afectados está sin diagnosticar.

 

Investigadores de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) han participado en un estudio internacional que ha identificado un nuevo biomarcador clave para detectar precozmente la enfermedad mediante resonancia magnética.

 

“Cada vez es más evidente que, cuando a un paciente se le diagnostica alzhéimer, la atrofia ya está bien establecida en el cerebro. En los individuos afectados, los volúmenes entorrinales ya se han reducido en un 20-30 % y los volúmenes del hipocampo en un 15-25 %”, explica Consuelo Gonzalo, del Centro de Tecnología Biomédica de la UPM y una de las autoras del estudio.

 

Sin embargo, las estimaciones de la progresión de la atrofia, entre un 0,8 y un 2 % anual, sugieren que este proceso –asociado a la enfermedad en áreas como el lóbulo temporal medio– debe haber estado activo durante un período de varios años antes del diagnóstico o incluso la presencia de síntomas, por lo que ser capaces de detectar estas pequeñas anomalías iniciales es vital para avanzar en un diagnóstico precoz de la enfermedad.

 

De acuerdo con diferentes estudios se sabe que, aunque es difícil identificar el alzhéimer en los estadios iniciales, sí se han llegado a detectar ovillos neurofibrilares y depósitos de placa beta amiloide (Aβ). El resultado principal de estas alteraciones es la destrucción de las sinapsis, seguida de la degeneración de los axones y, en última instancia, la atrofia del árbol dendrítico y del pericarión, lo que conduce a la atrofia en regiones específicas del cerebro, como por ejemplo el hipocampo.